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sábado, 14 de septiembre de 2013

Historia de ESPAÑA: Felipe II, monarca en cuyo Imperio “no se ponía el sol”.




Felipe II de Austria o Habsburgo, llamado El Prudente (Valladolid; 21 de mayo de 1527 – San Lorenzo de El Escorial; 13 de septiembre de 1598),sus padres fueron el emperador Carlos V e Isabel de Portugal.  Fue jurado como heredero de la corona de Castilla el 10 de mayo de 1529 en el madrileño convento de San Jerónimo. Asumió el trono español tras la abdicación de su padre en 1556 y hasta 1598, nada menos que durante cuarenta y dos años,  gobernó el vastísimo imperio integrado por Castilla, Aragón, Cataluña, Navarra, Valencia, el Rosellón, el Franco-Condado, los Países Bajos, Sicilia, Cerdeña, Milán, Nápoles, Orán, Túnez, Portugal y su imperio afroasiático, toda la América descubierta y Filipinas.En definitiva todo un Imperio en el cual “no se ponía el sol”.
En este artículo solamente se pretende recordar su egregia figura, especialmente atractiva,  se le mire por donde se le mire. Fue el suyo un tiempo de fenomenal confrontación político-religiosa en Europa, en el que nuestro personaje ejerció un papel de protagonista primerísimo, líder se diría hoy; un tiempo de indudable crecimiento espiritual, territorial y material en la llamada Monarquía Hispánica, tan distinta de lo que aparece hoy, lamentablemente colocada en un lugar mas que secundario dentro del concierto de las naciones mas influyentes del mundo.
Merece ser recordado pues este personaje con sus aciertos y errores, pues de todo hubo.
No pretendo emitir ningún juicio de valor sobre una personalidad tan compleja como la del Rey Prudente  y me limitaré, solamente, a  citar algunas biografías que considero pueden ser útiles para el curioso lector de este blog que desee profundizar en el estudio del personaje y de su época.
Manuel FERNANDEZ ALVAREZ

Manuel Fernández Álvarez,( Madrid, 7 de noviembre de1921,Salamanca, 19 de abril de 2010) miembro de la Real Academia de la Historia, profesor emérito de la Universidad de Salamanca y del Colegio Libre de Eméritos, ha dedicado más de cincuenta años al estudio del siglo XVI, fruto de los cuales son su obra magna Carlos V, el césar y el hombre (VI Premio Don Juan de Borbón al libro del año en 2000), en  su libro Felipe II y su tiempo no se limita a describir el reinado de Felipe II como el de la rebelión de los moriscos granadinos de las Alpujarras, la prisión y muerte del príncipe don Carlos; o bien la batalla de Lepanto, la incorporación de Portugal, la colonización de América o el desastre de la Armada Invencible. Pero también lo retrata como el mecenas de las artes y las letras, cuya labor culmina en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial.


Geoffrey PARKER
Geoffrey Parker (Nottingham 1943),  en su biografía que muchos consideran como la definitiva de Felipe II, ( ed. Planeta y  ed. Alianza Editorial) ha utilizado toda la documentación que ha estado recopilando desde los años 70 del siglo XX  y, sobre todo, la que salió a la luz en 1998 con motivo del IV centenario de la muerte de Felipe II para pintar un retrato exacto, íntimo de un  Rey que tuvo un papel primordial en la formación del mundo moderno. Su incapacidad para confiar en alguien, su inflexibilidad, su negativa a llegar a un acuerdo con protestantes y musulmanes, sus obsesión con la religión, la magia, y las artes, su apoyo a la Inquisición, y sus relaciones de familia aparecen aquí descritas con todo detalle.Esta documentada biografía, supone una ruptura con todos los estudios anteriores sobre esa  figura, hasta entonces castigada por la animadversión y el prejuicio. La atención al detalle y a la vida cotidiana del monarca -una de las características más notables de esta obra de G. Parker apunta no sólo a destruir esa  imagen estereotipada transmitida durante siglos, sino a suplir la falta de unas memorias o de manifestaciones explícitas del monarca acerca de numerosos sucesos y decisiones cruciales durante su reinado.
Gregorio MARAÑÓN
El doctor G. Marañón, (Madrid 19/05/1887, Ibid. 27/03/1960), fue un sabio médico endocrino, catedrático y  científico, historiador, escritor y pensador español, cuyas obras en los ámbitos científico médico e histórico han tenido una gran relevancia.
Dedicó varios estudios a la historia de los siglos XVI y XVII; en particular destaca su monumental biografía  Antonio Pérez (Espasa Calpe, 1947).En este libro aunque dedicado al que fuera secretario y valido de Felipe II, el Dr. Marañón ,sin embargo, analiza y describe algunos rasgos de la personalidad del REY Prudente que murió siendo Rey absoluto, en forma total; Rey absoluto del más vasto Imperio de la tierra y tras uno más largos reinados que consigna la Historia. No tuvo límite su poder sólo estaba por encima de su voluntad, Dios; y él se suponía su instrumento hasta tal punto, que en más de una ocasión antepuso su propio concepto del servicio de Dios al del representante de Dios en la tierra”....”Tenía el Rey español un concepto casi divino de lo que significaba su gracia, la gracia real….”
Finalizaré esta semblanza describiendo dos éxitos militares de  la ESPAÑA de la época:
La batalla de San Quintin, 10 de agosto de 1557, fiesta de San Lorenzo se libró la batalla de San Quintín, en la Alta Picardía francesa. Para los franceses, San Quintín fue una catástrofe: murieron unos 9.000 hombres y cayeron presos 8.000 más. Las bajas de las tropas imperiales  de Felipe, no llegaron a las 2.000.San Quintín inauguró el reinado de Felipe II y consagró el dominio español en Europa. El monasterio de El Escorial se edificó en conmemoración de la victoria en San Quintín.
La batalla de Lepanto: El 7 de octubre de 1571 la Santa Alianza vencía a la flota turca en la batalla de Lepanto. Para Cervantes, que perdió en ella su brazo, se trató de «la más alta ocasión que vieron los siglos». El Imperio otomano era la gran amenaza de la cristiandad europea (eso me suena algo en estos momentos, cambiando lo de “otomano” por la yihad y lo de europea por mundial). Habían tomado los Balcanes y avanzando por la línea del Danubio hasta la misma Viena, dominaban el Mediterráneo oriental y su expansión amenazaba cada vez con más temeridad los dominios de los monarcas europeos. Mandaría su flota don Juan de Austria, hermano del monarca español, que contaba sólo veintiséis años. La Liga ponía 230 barcos, 50.000 marineros y 30.000 soldados. Los turcos eran más: 300 naves y 40.000 soldados.En el fragor de la lucha, las dos naves almirantes se alinearon. Don Juan ordenó el asalto y, espada en mano, inició el abordaje, que terminó con la cabeza de Alí Bajá clavada en una pica y la bandera aliada ondeando en el mástil de La Sultana. Sin su nave almirante, los turcos fueron cediendo el combate.
Entre los supervivientes, un joven arcabucero, herido en el pecho y en su mano izquierda, musitaba entusiasmado: «La más alta ocasión que vieron los siglos», era Don Miguel de Cervantes Saavedra, autor de El Quijote, “el manco de Lepanto” como después se le apodaría.
F.J.de C.




 

martes, 20 de noviembre de 2012

Historia de ESPAÑA: A los 37 años de la muerte de Francisco Franco


En la madrugada del día 20 de noviembre de 1975, Francisco Franco Bahamonde, (El Ferrol, 1892),  fallecía, en el hospital de La Paz de la  Seguridad Social, en Madrid,  después de una larga y cruel agonía.
Al cumplirse hoy 37 años de su muerte (tiempo similar a los 39 años que duró su régimen) se da el caso de que muchos millones de españoles ni han conocido el régimen franquista ni sabrían identificar la figura del anterior Jefe de Estado.
En efecto,la población española es actualmente de unos 47 millones de habitantes, de ellos, según la pirámide de edades del INE, mas de 20 millones alcanzan hoy día una edad inferior a los 40 años que evidentemente no les ha permitido su conocimiento directo pero tampoco indirecto dadas las carencias del sistema educativo.
Por otra parte, el relativamente corto tiempo transcurrido resulta claramente insuficiente para analizar con perspectiva histórica la figura de Franco que, por otra parte, ha sido objeto de muy pocas biografías escritas con rigor histórico, pues, bien algunas resultan verdaderos panegíricos mientras que otras son auténticos panfletos que rezuman odio y sectarismo.
Una loable excepción la constituye la monumental biografía de Franco escrita por el profesor y académico Dr. Don Luis Suarez.

¿Cómo será recordado Franco en el futuro, cuando todas las pasiones desatadas por la biografia del personaje hayan desaparecido? Indudablemente el juicio será muy diferente del actual y desde luego, más desapasionado; algunos apuntan cómo la figura de Napoleón, tan denostada en su época contemporánea ha sido al transcurrir de los años más que valorada por la historia.

Finalmente se relacionan algunas de las mas significativas realizaciones sociales del régimen franquista que resultan incontestables desde cualquier punto de vista bajo el que se analicen:

  • Profunda modernización de la estructura de la sociedad española que pasa de ser rural y agricola a industrial y de servicios.
  • Erradicación de la lacra del analfabetismo.
  • Aparición y generalización de unas clases medias urbanas con creciente poder adquisitivo.
  • Creación del Seguro Obligatorio de Enfermedad en 1942 y diversas medidas de previsión social  para los trabajadores, Universidades Laborales, Magistratura de Trabajo, etc.
  • Ley General de Educación de 1970, que implantó la Educación General Basica, gratuita.
  • Realización de multitud de importantes obras públicas fundamentales para el desarrollo económico del país.
  • Despolitización y máxima profesionalización de las estructuras militares.
  • Firma del Tratado Preferencial con la Comunidad Europea preludio del posterior Tratado de plena adhesion.
  • Aparición del turismo e intenso desarrollo del mismo que provoca una notable apertura de las costumbres amén de los beneficios económicos consecuentes a la entrada de divisas.

Finalmente remito al lector al anterior artículo publicado en este blog sobre la figura del Generalísimo Franco:   http://fj-lasideasdejeugenio.blogspot.com.es/2010/11/francisco-franco-caudillo-de-espana-in.html

F.J.

viernes, 16 de noviembre de 2012

HISTORIA de ESPAÑA. General Alava: La increible historia del vasco que batalló por ESPAÑA en Trafalgar y Waterloo

Cuadro: Wellington en Waterloo
Mapa inglés de la batalla de Trafalgar, 21 de octubre de 1805
Batalla de Vitoria (1813). Cuadro de Ferrer-Dalmau que muestra al General Álava junto al 15º de Húsares del Ejército británico junto al puente de Trespuentes


Monumento que conmemora la Batalla de Vitoria, en la que participó Álava
Español, vitoriano vasco, tuvo el alto honor en la Historia Militar de batallar como oficial en las dos contiendas que marcarían el devenir de la Europa del siglo XIX: Trafalgar (1805) y Waterloo(1815). De las atlánticas aguas frente a las costas gaditanas, al «plateau» de Mont St. Jean de la Brabante valona. En medio, su liderazgo en plazas como Ciudad Rodrigo o Vitoria en la Guerra de Independencia que la nación española protagonizó contra el bonapartismo. En su haber, la profunda amistad que trabó con Sir Arthur Wellesley, Duque de Wellington.
Fue él. General Álava. Ni napoleones ni wellingtons: ni soldado alguno de sus huestes. Fue él, Miguel Ricardo de Álava y Esquivel (Vitoria, 1772-Barèges, Francia, 1843): capitán de corbeta y segundo comandante del tres puentes «Príncipe de Asturias» en Trafalgar (la batalla que ahogó el poder marítimo a la Francia napoleónica, «aliada» de España) y «mano derecha» del Duque de Wellington en la batalla que daría definitivamente con los huesos del «pequeño corso» en la lejana isla de Santa Elena.
Álava, por Salter, 1835
El General Álava procedía de una familia noble y militar de toda la vida. Su tío era el insigneIgnacio María de Álava, segundo al mando de la Marina española en la batalla de Trafalgar donde comandó el «Santa Ana» y a la postre Capitán General de la Armada.
«Desde los seis años y durante once más recibió una educación no ya primorosa, sino inusitada para los tiempos que corrían, en elReal Seminario Bascongado de Vitoria; gracias a eso hablaba con gran correccióninglés y francés, así como dominaba las matemáticas y la física, todo lo cual le sería muy necesario para su prevista carrera de marino de guerra», explica el escritorIldefonso Arenas con quien recorremos la figura de este militar y diplomático español. Arenas esboza su desconocida figura en «Álava en Waterloo» (Ed. Edhasa), novela histórica que será publicada a finales de este mes.

  • En Trafalgar hizo valer su arrojo al evitar que un buque fuera capturado

A los nueve años Miguel Ricardo de Álava ingresó como cadete en el regimiento de Infantería de Sevilla, el cual lo mandaba otro de sus tíos, José. Tras su paso por el Ejército, el entonces subteniente Álava, de 17 años, ingresó en la Marina a la cual serviría (como sus tíos Luis e Ignacio) recibiendo su primer grado naval, el de guardiamarina.
Múltiples fueron las escaramuzas y batallas en las que participó el joven Álava contra Francia e Inglaterra, países que acosaban en el último tercio del siglo XVIII al viejo Imperio español. Ceuta, el sitio de Toulon e Italia fueron algunos de los escenarios donde sus navíos batallaron. Durante el lustro 1795-1800 se embarcaría junto a su querido tío Ignacio en una vuelta al mundo con Iberoamérica como principal punto de escalas, siendo apresado y posteriormente liberado por los ingleses en su rumbo de vuelta a España.
En 1805, el ya capitán de corbeta acudiría a la batalla de Trafalgarbajo las órdenes del mando de la flota española, Federico Gravina y Napoli. Eran momentos decisivos en una Europa que militarmente hablaba francés. «Su actuación durante la batalla fue sumamente distinguida, tanto que cabe atribuirle una parte significativa del mérito de salvar el buque de 112 cañones "Príncipe de Asturias" (pese a las 150 bajas registradas) y de que no fuera capturado por la fuerza de Sir Cuthbert Collingwood (el verdadero vencedor de Trafalgar). Esto se le reconoció como se reconocen los grandes méritos: dos semanas después fue ascendido a Capitán de Fragata; para los 33 años que tenía, todo un carrerón», recalca el escritor Ildefonso Arenas.
Con la flota franco-española derrotada y el inglés victorioso, España se ve sumida tres años más tarde en una guerra de guerrillas contra el bonapartismo encarnado en la figura del hermano del Sire, José I Bonaparte. Es la Guerra de la Independencia, la Guerra del Francés, precisamente aquella contienda a la que muchos historiadores atribuyen como el origen de la nación española entendida hasta nuestros días en su denominación más popular.¡Viva la Pepa!
Es en ese momento cuando este vasco alavés, ya retirado del servicio militar y aposentado en sus fincas de la provincia de Álava con el recuerdo del azul y sangre de Trafalgar en su mirada (era diputado «del Común» por su provincia, lo que hoy equivaldría a «defensor del pueblo»), regresa a la llamada del deber patrio... aunque en un principio parece aceptar a José I Bonaparte, llegando a ser incluso representante de la Marina de Guerra en la Junta que elaboró la Constitución de Bayona y que otorgó la Corona de España al hermano de Napoleón. Tampoco se opuso a la derogación de los históricos fueros vascos.
Parecía que las Juntas Generales de Álava aceptaban así a José I, pero finalmente no fue así. Es en este punto cuando Miguel de Álava parte clandestinamente hacia Madrid pare unirse al bando patriota. Calatayud, Tudela o Medellín fueron algunos de los escenarios que tuvieron a Álava en buena lid, bajos las órdenes del general Castaños y del Duque de Alburquerque.
  • Álava entró a las órdenes del Duque de Wellington... como traductor

A mediados de 1809, en esta guerra de guerrillas alguien pretende poner orden y concierto: el Duque de Wellington quien se halla en Portugal. Ahí es donde Álava cobra protagonismo para trasladarle las necesidades militares de los junteros. ¿El motivo? Muy simple: el idioma.
«Wellington vivía desesperado, porque no se entendía ni con la Junta de Extremadura, ni con la de Andalucía, ni con la Central, ni con las Cortes de Cádiz, ni con los comandantes de las divisiones españolas, ni con las innumerables partidas de guerrilleros. La principal razón de no entenderse era el idioma. Contaba como intérprete con un oficial irlandés de los Reales Ejércitos, O'Lawlor, que hablaba un castellano académico, pero con eso no bastaba para entenderse no ya con los abruptos acentos de sus nada cultos contrapartes, sino con la peculiar idiosincrasia de sus aliados españoles, los cuales, fieles a la filosofía nacional, iban cada uno a su bola», explica Ildefonso Arenas...Y en esto apareció Álava. Ya coronel.
  • Encuentro con Wellington

«A los dos días, como quien dice, Wellington apreció, asombrado, que allá donde participaba Álava cesaban los malentendidos, las grescas y las broncas, de modo que se quedó con él. Como además de hablar un exquisito inglés pertenecía a una clase social parecida a la suya (aristócratas de provincias no muy adinerados; sus modales y su educación, en consecuencia, eran similares), no tardaron en congeniar, de modo que no mucho después, hacia 1811, eran los mejores amigos del mundo. Una amistad que nunca se enfrió, pese a que Álava fue toda su vida un liberal convencido, mientrasWellington era un ultraconservador», destaca el autor de «Álava en Waterloo».
El Duque de Wellington eligió a Álava como su hombre de confianza para el sitio de Ciudad Rodrigo (1811). Más tarde proclamaría la Constitución de 1812 en Madrid. Herido en Dueñas, fue elegido diputado general de Álava. Participó en su tierra, Vitoria, en la batalla del 21 de junio de 1813 contra un José I que huía como alma que lleva el diablo .

El entonces mariscal Álava entró triunfante en su ciudad (en la plaza de la Virgen Blanca se recuerda su figura) evitando saqueos y desmanes para más tarde, siempre junto a Wellington, perseguir a los franceses más allá de los Pirineos. Fernando VII volvía a reinar en una nación que a partir de entonces empezaría a engendrar el mal llamado de «las dos Españas». Nada sería igual.
«Álava era un liberal convencido, pero no un exaltado defensor de la Pepa. De hecho, cuando en 1820 se rehabilitó la constitución Álava figuraba en el bando de los doceañistas(partidarios de aplicarla con sensatez y moderación), contrario a los veinteañistas (a cuyo lado los jacobinos de Robespierre habrían pasado por hermanitas de los pobres). Álava, que llegó a presidir las Cortes, jamás varió su postura en favor de la serenidad y la prudencia, lo cual le costó un par de exilios (además del principal, el de 1823 a 1833)».
  • Batalla de Waterloo

Pero volvamos al tablero de ajedrez que se había convertido la Europa de 1815. Napoléon había vuelto de su primer exilio en la isla de Elba y se propone restablecer la «grandeur» de Francia. Wellington requeriría de los servicios de Álava para la cita de Waterloo.

«A mediados de mayo de 1815 el Rey Fernando VII, a requerimiento de Wellington, ordenó a Álava, por entonces embajador en los Países Bajos con residencia en Bruselas, un par de cosas: (1), que le representase ante su exiliada majestad Luis XVIII, refugiado en Gante, y (2) que actuara como su comisionado (hoy se diría «agregado») en el Ejército del duque de Ciudad Rodrigo(Fernando VII siempre se refirió a Wellington como «duque de Ciudad Rodrigo»), cuyo nombre oficial era «Army of the Low Countries» y cuyo cuartel general también estaba en Bruselas. Álava, de hecho, llevaba haciendo eso mismo desde hace un mes, aunque por su cuenta y especulando con que Fernando VII acabaría por conceder lo que Wellington le pedía una y otra vez por medio del embajador en Madrid (su hermano Henry). Con eso Álava pasó a incorporarse de un modo oficial al reducido Estado Mayor de Wellington».
Aquí es de señalar que el ejército de Wellington difería bastante de los restantes ejércitos europeos, donde bajo el comandante supremo había un jefe de estado mayor y un intendente general. Wellington sólo tenía un intendente general («Quartermaster General»), que hasta el 1 de junio fue Sir Hudson Lowe (pasó a la historia como carcelero de Napoleón en Santa Elena) y desde ahí Sir William Howe de Lancey. «Ahora, si bien oficialmente no tenía un "jefe de estado mayor", extraoficialmente sí que lo tenía: Don Miguel de Álava», aclara el escritor Ildefonso Arenas.
  • Álava fue el Nº 2 del ejército de Wellington

Hay multitud de documentación, en su mayoría británica, que señala la presencia de Álava junto a Wellington ya en la noche previa a la batalla (la del 17 al 18 de junio de 1815), así como durante la misma y, cuando todo acabó, cenando solos en la posada Jean de Nivelles, Waterloo.
«Álava estuvo todo el tiempo junto a Wellington (y junto a Álava el capitán español Nicolás de Miniussir, su "aide-de-camp"; pese a que llegó a ser Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos es otro gran desconocido de la historia), actuando como lo que de veras era hasta más o menos las cinco de la tarde; a esa hora De Lancey fue alcanzado por una bala de cañón y dejó de actuar como intendente general, pasando a ser sustituido por Álava. Aquí se debe tener en cuenta, por si alguien piensa que esto es una "licencia literaria", que Wellington inició la batalla con un "staff"' compuesto de un intendente general (De Lancey), un secretario militar (Lord FitzRoy Somerset), ocho "aides-de-camp" (Gordon, Canning, Lord March, Percy, Fremantle, Hill, Cathcart y el Prinz Nassau-Usingen) y cuatro "agregados" (Álava por España, Müffling por Prusia, Pozzo di Borgo por Rusia y Vincent por Austria); al acabar sólo quedaban él, Álava, Müffling y dos aides-de-camp, Percy y Fremantle».
«Álava no sólo hizo de intendente general accidental por ser el de mayor capacidad y experiencia, sino porque no quedaba en el "staff" de Wellington ningún oficial de suficiente "seniority" para poder desempeñar la función (Álava era todo un teniente general de los Reales Ejércitos; su graduación era equivalente a la de un "full general" inglés, y en la línea de Wellington sólo había uno de ese rango, Sir Rowland Hill, el cual, tras caer el Prins van Oranje, mandaba los Army Corps I y II; de ningún modo habría podido actuar de Quartermaster General», detalla con toda la minuciosidad posible nuestro experto en Don Miguel de Álava.
Así pues, «durante la segunda mitad de la batalla Álava fue el Nº 2 del ejército de Wellington. Nadie discutió su autoridad. Todo el mundo le sabía muy vinculado a Wellington y, por otra parte, allí, en el plateau de Mont St Jean, no hizo nada que no hubiera hecho dos años antes, el día de Vitoria».
  • Distinguido en el Reino Unido

Posteriormete Miguel de Álava fue embajador en Francia (1815, 1835), diputado por Álava (1821), presidente de las Cortes (1822), embajador en el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda (1834, 1838), senador (prócer) (1834, 1836), ministro de Marina (1835) y presidente del Consejo de Ministros (1835).
Entre sus múltiples condecoraciones y honores, Álava tuvo siempre a gala la de Caballero Comendador extraordinario de la Orden del Baño(10 de octubre de 1815), para premiar «mis servicios bajo las órdenes del Duque de Wellington durante la Guerra de España y también a mi conducta distinguida en la batalla de Waterloo». Aquella «Guerra de España» -la de Independencia, 1808-1814- en la que por una vez la nación llamada España se unió en una sola dirección.
Reproducido de ABC: http://www.abc.es/20121116/espana/abci-general-alava-increible-historia-201211131238.html

lunes, 4 de junio de 2012

Historia de ESPAÑA: Navarra, mas allá de nacionalismos separatistas.


El partido nacionalista vasco y algunos de sus miembros son conocidos por su admiración y seguimiento de las ideas totalitarias, anexionistas y racistas de Adolf Hitler, moderadas, eso si, por sus convicciones del mas rancio y vetusto clericalismo, representado por eso que se llama  “carcundia” .
La anexión de Navarra (a imagen y semejanza del tristemente célebre “Anschluss” o anexión por los nazis de Austria en 1938 y de Checoslovaquia y Polonia después)  para formar junto con las tres provincias del sur de Francia ese ente que denominan Euskal-Herria es una reivindicación permanente del nacionalismo asimilada por los terroristas de Eta desde su misma fundación hace mas de cincuenta años.
En las escuelas vascas (ikastolas) se enseña a los niños desde su mas tierna infancia una versión manipulada, Y POR TANTO FALSA,  de la historia de España en la que las raices históricas de la españolidad de Navarra, no solamente se ocultan sino que se tergiversan, para apoyar las teorías del nuevo Anschluss que propugnan los llamados “aberchales”.
El artículo que seguidamente reproduzco íntegramente del diario La Gaceta refleja  una visión seria y documentada de la verdadera historia de España, mas alla de las ensoñaciones y falsificaciones nacionalistas:

F.J.

Navarra, 500 años en España


Navarra se unió en 1512 al proceso histórico de la formación de España, tras la invasión de Fernando el Católico para evitar que cayera en la órbita de Francia.
La incorporación de Navarra a España tiene un guión, como toda cadena de sucesos históricos, aunque quizá sea más apasionante en sí mismo el recorrido posterior a esa unión, fruto del cual el pequeño reino pirenaico mantuvo la singularidad de su régimen de gobierno. Tras la conquista, Navarra dijo adiós a sus reyes pero no perdió su condición de Reino. Fernando el Católico prometió, de hecho, respetar las instituciones y leyes navarras anteriores a la integración. En este proceso se nutren los derechos históricos de Navarra y se encuentran las respuestas a la peculiaridad de su régimen foral, mantenido, con distintas modificaciones, hasta hoy. Para comprender esta historia, no obstante, es necesario analizar el escenario previo a 1512, lo que arroja muchas luces sobre la descomposición y el desgaste de ese territorio y la pérdida de operatividad de sus monarcas.
Navarra pasa en apenas 100 años del esplendor que había gozado durante el reinado de Carlos III el Noble, a principios del siglo XV, a la decadencia. El conflicto sucesorio que se abre con su muerte, en 1425, avivará el enfrentamiento entre dos fracciones de su nobleza y conducirá finalmente a una guerra civil demoledora durante una década (1451-1461). La herida de ese conflicto es de tal calibre –en todos los órdenes: social, económico, militar– que el reino se convierte en una presa fácil para las dos potencias vecinas. Fernando el Católico decide finalmente ocuparla en julio de 1512 para evitar una intervención similar francesa que cambiara las reglas de juego en la zona. La invasión, que había sido barajada en diversas ocasiones para garantizar la neutralidad de Navarra en un conflicto internacional más amplio –el que enfrentaba en Italia a las coronas de Francia y Castilla–, se precipitó tras la firma de un acuerdo de acercamiento de los últimos monarcas navarros al rey francés Luis XII. No hay que olvidar que la situación geográfica de Navarra la convertía en un enclave estratégico decisivo para sus vecinos. Esa es la razón última que marcará el paso del rey castellano y traerá consigo la pérdida de la singularidad dinástica de Navarra. Pero vayamos por partes para entender mejor el desenlace.
Problema dinástico y guerra civilCarlos III el Noble dejará tras de sí un excelente balance de reinado, pero fallece, en 1425, sin un heredero varón. La prosperidad económica y cultural que alcanza Navarra será inversamente proporcional a la incertidumbre que genera su muerte. A este rey, que da nombre a una de las arterias principales de Pamplona, corresponden, por ejemplo, las mejores muestras del gótico navarro de inspiración flamenca y francesa, como el palacio real de Olite o su propio sepulcro en la catedral de la capital. Con Carlos III se consolidan también la arquitectura institucional interna y las buenas relaciones con los reinos peninsulares y europeos.
Este escenario próspero se complica, sin embargo, con su fallecimiento. Al morir sin heredero, ocupa el trono su hija Blanca de Navarra. Pero Blanca no se casa con cualquiera, sino con Juan II,heredero también de la Corona de Aragón y cabeza de una liga nobiliaria en el seno del Reino de Castilla. El matrimonio refleja, por tanto, un cruce inevitable de intereses entre los reinos peninsulares y Francia. Mientras Juan II maniobrará todo lo que pueda en beneficio propio (el Reino de Aragón y la inminente unión con Castilla), Blanca se limitará a reinar Navarra, atenazada a su vez por la presión de Francia y la presencia castellana en una de las facciones de su nobleza.
La cuestión sucesoria se complica con la muerte de Blanca, en 1441, durante una peregrinación en Santa María de Nieva (Segovia) –donde todavía reposan sus restos– y la lógica aspiración al trono del legítimo heredero, su hijo Carlos, Príncipe de Viana.
No había duda de que Blanca había llegado al trono por derecho propio, pero no ocurría lo mismo con el rey consorte, Juan II, que ostentaba el título por su matrimonio. Era razonable pensar, en consecuencia, que muerta la reina ascendiera al trono su hijo. Pero no fue así. Juan II, como futuro rey de Aragón (desde 1458), tenía demasiados intereses para abandonar el reino navarro sin más ni más. Además, Blanca había pedido a su hijo Carlos en el testamento que, en atención al honor y dignidad de su padre, no tomase el título de rey sin su permiso. El Príncipe de Viana respetó a regañadientes la voluntad de su madre y aceptó más a regañadientes todavía el nombramiento de gobernador del Reino, que le dejaba en un papel importante, pero secundario. Para la historia queda claro que se había lesionado el derecho al trono de Carlos, lo que avivó no pocos recelos e intrigas en la Corte.
La gota que colmó el vaso en las malas relaciones entre padre e hijo fue el segundo matrimonio deJuan II, en 1447, sin la preceptiva autorización del Reino, con Juana Enríquez, hija del almirante de Castilla. El polémico enlace, con el que el monarca pretendía fortalecer los contactos de Aragón y Castilla, no sentó bien a un sector de la nobleza, que cuestionaba aún más su ya discutible asiento en el trono navarro, y fue el detonante de la sangrienta guerra civil entre dos bandos: los beaumonteses, alineados con el Príncipe de Viana, que pactó el apoyo de Castilla hasta “la total expulsión de su padre del Reino de Navarra”, y los agramonteses, partidarios de Juan II. Paradójicamente, del matrimonio de Juan II y Juana Enríquez nacerá Fernando el Católico (futuro rey de Aragón y de Castilla) y, por tanto, hermanastro de Carlos, Príncipe de Viana.
Juan II desheredó después al príncipe Carlos y entregó la primogenitura familiar –y con ella la sucesión al trono navarro– a la tercera de sus hijas, Leonor, casada con el conde francés Gastón IV de Foix, un peligroso precedente que comprometía hacia el otro lado de la frontera la línea dinástica de Navarra. Carlos optó por un exilio voluntario en Nápoles.
Decadencia y ocupación
La guerra civil se prolongó unos años entre dos bandos divididos sobre el futuro de un reino cada vez más aislado. Mientras los beaumonteses, que apoyarán años más tarde a Fernando el Católico para ocupar Navarra, defendían la vinculación a Castilla, los agramonteses preferían el juego de alianzas con Francia. La guerra acabó en 1461, el mismo año de la muerte, en Barcelona, del Príncipe de Viana, pero no despejará las tensiones posteriores. El balance de la contienda fue nefasto: la ruina de la economía y la hacienda pública, el caos político y social y unos monarcas cada vez más débiles abocados a buscar apoyos en el exterior.
Ese empobrecido legado es el que recibe Leonor de Foix cuando asciende al trono, en 1479, tras la muerte de su padre, Juan II. Su reinado fue muy breve: 16 días. La coronación se celebró el 28 de enero y murió el 12 de febrero. Irónicamente, en esta reina quedaron reconocidos todos los títulos navarros, aragoneses, castellanos y franceses que hubieran correspondido a su hermano, el malogrado Príncipe de Viana. El panorama tras su fallecimiento es realmente complicado. Al desgaste social se une la perspectiva de un heredero plenamente francés, algo que inquieta a un sector de la nobleza navarra y al propio Fernando el Católico, que ya rodeaba todas las fronteras peninsulares de Navarra.
Los malos augurios se cumplen tras la llegada al trono de la casa francesa de Foix-Albret, con más territorios a custodiar en el país vecino –a través de señoríos y condados– que en el reino peninsular. El acercamiento a la órbita de influencia francesa se consuma con los dos últimos reyes de Navarra,Catalina de Foix y Juan III de Albret (o Labrit), y se saldará, en última instancia, con la invasión castellana. El detonante concreto fue el Tratado de Blois, con el que los monarcas navarros se aseguraban el apoyo de Francia en caso de una agresión castellana. El acuerdo fue considerado hostil por Fernando el Católico, ya que rompía la neutralidad de Navarra en la guerra que mantenían Castilla y Francia por el control de Italia. Y a su vez, el rey castellano necesitaba el paso fronterizo de Navarra para atacar Francia por Bayona.
Fernando el Católico dio la orden de tomar Navarra al día siguiente de la firma del Tratado de Blois. El pequeño reino, totalmente indefenso, no ofreció apenas resistencia. El monarca castellano contaba con un ejército que no tenían los Foix-Albret y el apoyo asegurado de la nobleza agrupada en el sector beaumontés. Pamplona se rindió pacíficamente a las tropas del Duque de Alba y sólo hubo algunos conatos rebeldes, especialmente en Estella y Tudela. En tres meses –de julio a septiembre de 1512– todo el reino estaba controlado y pasaba a formar parte de Castilla. Los últimos reyes de Navarra, una vez derrotados, buscarán refugio en la localidad francesa de Orthez y mantendrán la dinastía que dará lugar a la Casa de Borbón, que reinará en Francia hasta la revolución de 1789 y en España a partir de 1700.
Tras la conquista, el Duque de Alba prometió respetar la personalidad de Navarra como Reino, sus instituciones, sus leyes y la autonomía interna previa a la unión. Igualmente, se comprometió a no confiscar los bienes del bando rebelde, el agramontés. Muchos de estos nobles aceptaron a Fernando como rey y otros huyeron con la intención de organizarse para reconquistar el territorio. Quedaba claro, en suma, que la unión, conseguida por las armas, no implicaba la desaparición del reino. Pero también es cierto que Navarra perdía su independencia de la que había gozado desde el siglo IX.
Los historiadores han interpretado la generosidad de ese gesto en las dudas sobre la legitimidad de la conquista. Incluso los sucesores de Fernando el Católico, Carlos I y Felipe II (Carlos IV y Felipe IV de Navarra) dieron pie a esa sospecha en sus testamentos. Pero se antepuso el pragmatismo de la seguridad de las fronteras con Francia, algo que la población navarra, perdida la independencia, fue asimilando sin dramatismo a lo largo del siglo XVI. No obstante, la negociación diplomática sobre los títulos reales se prolongó algunos siglos. Es preciso recordar a este respecto que el título de rey de Navarra lo ostentaron desde entonces los reyes españoles y los franceses.
Últimos focos de resistencia
Tras 1512, la unión de Navarra a Castilla no fue irreversible hasta 10 años después. De hecho, hubo al menos tres intentos para restaurar la monarquía de los Albret y recuperar la independencia. Tras la segunda tentativa (1516), el cardenal Cisneros, por orden del emperador Carlos I, mandó destruir todos los castillos y fortalezas de los agramonteses.
El intento más serio fue el tercero, en 1521, cuando una poderosa expedición francesa, respaldada por el bando nobiliario agramontés, reconquistó Navarra sin apenas resistencia, como había sucedido nueve años antes con el Duque de Alba. El problema, tanto en 1512 como en 1521, no era tanto conquistar como defender lo conquistado. El contraataque castellano, con el apoyo de los beaumonteses, reunió a 30.000 soldados. La batalla más sangrienta (5.000 muertos) fue en Noáin, un pueblecito muy próximo a Pamplona, que decidió la inmediata recuperación de la capital y de todo el reino. En la defensa de la capital fue herido Íñigo de Loyola (san Ignacio, después), que luchaba con las tropas castellanas.
Cuatro meses después, otra expedición francesa toma por sorpresa las fortalezas navarras de Chateau-Pignon y Maya (o Amayur), y la castellana de Fuenterrabía, que no se recuperaría hasta 1524 por Carlos I. El último foco de resistencia, en lo que a Navarra se refiere, tuvo lugar dos años antes, en 1522, en el castillo de Maya (o Amayur), situado en el valle de Baztán, en el que se refugiaron 200 caballeros leales al heredero de la Corona, Enrique II de Albret, que finalmente capitularon después de un corto pero intenso cerco. Entre esos hombres estaban Miguel y Juan de Jasso Azpilicueta, hermanos del que después sería san Francisco Javier.
Los navarros de la parte norpirenaica (Ultrapuertos) quedaron abandonados a su suerte unos años más tarde, en 1528, aunque no perdieron su condición de tales hasta finales de siglo. La última fortaleza a la que se renunció, en 1530, fue la de San Juan de Pied de Port, muy próxima a Roncesvalles. Desde ese territorio, los Albret siguieron titulándose “reyes de Navarra”. Ese es el motivo por el que la sociedad navarra vivió en una tensión militar constante hasta la entronización en España, en 1700, de Felipe V de Borbón, un rey francés que también era heredero de los derechos de los últimos reyes de Navarra. Al fin y al cabo, la monarquía francesa invocó siempre, como justificación para actuar en esta frontera, los derechos dinásticos al trono navarro de los Albret-Foix, en primer término, y después de los Borbón-Albret, reyes de Francia con Enrique IV desde 1589.

El sello del autogobierno
Después de la incorporación a Castilla y durante cuatro siglos, Navarra conservará su condición de Reino –será gobernada por un virrey que ejerce la autoridad del monarca– y mantendrá sus instituciones privativas, especialmente las Cortes, para legislar y aprobar la contribución económica a las empresas de la monarquía española (lo que hoy conocemos como Convenio Económico). Unos años más tarde, en 1576, se crea la Diputación del Reino como órgano permanente de gobierno y de representación de las Cortes. Esta institución ha sido, por tanto, la titular de la administración propia de Navarra durante los últimos cinco siglos, aunque en el XIX pasó a llamarse Diputación Provincial, después Diputación Foral de Navarra y finalmente, desde 1982, Gobierno de Navarra.
El autogobierno navarro dura ya, por tanto, 500 años, aunque no ha sido, en ocasiones, un camino fácil. La primera amenaza seria llega a mitad del siglo XVIII con la política centralizadora de los Borbones, que alimentará una tensión creciente entre las partes hasta bien entrado el siglo XIX. Tras la primera guerra carlista (1833-1839), la solución institucional y política para Navarra se concretó con la Ley Paccionada de 1841. De acuerdo con esa norma, el Viejo Reino se integra en España con rango de provincia –desaparecen la figura del virrey y las aduanas, por ejemplo–, pero manteniendo al mismo tiempo instituciones y leyes de su régimen foral. En otras palabras, Navarra se garantizó un régimen jurídico propio dentro de España que afecta sobre todo a su autonomía fiscal y competencias políticas y administrativas.
Hay un suceso reseñable en este sentido, que ocurrió a finales del siglo XIX (en 1893 y 1894), y que ha pasado a la historia con el nombre de Gamazada. Se resume, esencialmente, en la reacción popular contra Germán Gamazo, ministro de Hacienda del Gobierno liberal de Sagasta, que pretendió suprimir el régimen fiscal de Navarra establecido en la Ley Paccionada. La Diputación, arropada por 120.000 firmas, cuando Navarra contaba con 300.000 habitantes, presentó una protesta formal a la regente María Cristina. La iniciativa fue finalmente retirada y Gamazo dimitió. El incidente alimentó decisivamente la defensa popular de los fueros. Desde entonces, la mayoría de los pueblos y ciudades navarras tienen el nombre de “Fueros” en sus principales calles y plazas, y en Pamplona se empezó a construir, enfrente del Palacio de la Diputación, el Monumento a los Fueros.
La singularidad de Navarra, en fin, se ha mantenido tal cual durante los grandes periodos políticos que resumen los dos últimos siglos de España: la restauración, las dos repúblicas, el franquismo y, finalmente, la transición democrática. La última adaptación al marco constitucional fue la Ley de Amejoramiento del Fuero, sancionada por Juan Carlos I en 1982.
El nacionalismo vasco reinventa la historia
Lo ocurrido en 1512 con la incorporación de Navarra a Castilla es una realidad histórica con un balance incuestionable: cinco siglos de convivencia común en España. Tal vez a la luz de las circunstancias históricas de ese recorrido se entienda mejor la última adaptación al marco constitucional del autogobierno del Viejo Reino, condensado en su Ley de Amejoramiento del Régimen Foral, sancionada por Juan Carlos I el 10 de agosto de 1982. “Navarra se incorporó al proceso histórico de formación de la unidad nacional española –dice el preámbulo de esa ley–, manteniendo su condición de Reino, con la que vivió, junto con otros pueblos, la gran empresa de España. Avanzado el siglo XIX, Navarra perdió la condición de Reino, pero la Ley de 25 de octubre de 1839 confirmó sus Fueros, sin perjuicio de la unidad constitucional”. Algo más adelante, en su artículo 1 se concreta que “Navarra constituye una Comunidad Foral con régimen, autonomía e instituciones propias, indivisible, integrada en la nación española y solidaria con otros pueblos”.
A pesar de que la realidad es tozuda, desde distintos ámbitos del nacionalismo vasco se quiere dar ahora una interpretación radicalmente distinta y falaz de unos sucesos históricos que ocurrieron hace cinco siglos. El fin no es otro que crear un debate ficticio que juega tanto con la profunda ignorancia de muchos vascos sobre su propia historia como con la conveniencia política de manipular a los navarros a su antojo en su pertinaz ambición de crear un Estado vasco. Con distintas variantes, se ha repetido el mismo discurso desde finales del siglo XIX, amparándose para ello en un peculiar todo vale que contribuya a la ficción que inventó Sabino Arana.
¿En qué se traduce ahora?: en sembrar la duda sobre lo que realmente sucedió en 1512 y los años sucesivos, alimentando la falsa sospecha –en contra de la historiografía más rigurosa al respecto– de que Navarra fue una víctima más de Fernando el Católico o que el expansionismo castellano acabó con la añorada independencia del último reino cristiano peninsular. Sólo así se explica que se tergiverse la historia sin ningún rubor o que se magnifiquen hechos aislados de aquel periodo, como el cerco a Amayur –de donde toma el nombre la coalición independentista vasca–, donde se refugiaron 200 leales al heredero del último rey de Navarra, o que se conmemoren aniversarios vinculados a los intentos de restauración monárquica de los Albret, como la Batalla de Noáin, en la que murieron 5.000 personas entre castellanos, navarros y franceses.
La versión nacionalista vasca olvida lo más importante: que la incorporación de Navarra fue fruto de un pacto entre dos reinos y que la población -más lejos cultural, política y religiosamente de Francia que de Castilla- optó por España y asimiló la unión sin dramatismo alguno. Pero no, la imaginería nacionalista prefiere una vez más distorsionar los hechos y contribuir a una fábula que ofende al sentido común de cualquier navarro orgulloso de serlo.
El nacionalismo vasco no ha entendido nunca la diversidad de Navarra, sus contrastes, su realidad –con un protagonismo del catolicismo, clave para cualquier análisis–, su historia y, especialmente, sus Fueros, en los que se fundamenta su identidad como pueblo. Tampoco ha digerido jamás que esos Fueros –entendidos desde el siglo XII como una expresión de libertad política y personal– son, al mismo tiempo, los mismos que conservó tras la unión dinástica de 1512 y los mismos que fue adaptando en su proyecto común con España, especialmente tras la unión administrativa de 1839. Como siempre, las sociedades evolucionan al compás de los cambios. Paralelamente, desde el siglo XIX y a través de sus distintas formulaciones políticas, el nacionalismo vasco ha exigido siempre el mismo trato que Navarra, amparándose en unos derechos históricos que no son comparables a la arquitectura histórica e institucional del Viejo Reino.
En ese contexto, Navarra no aspira a tener mejores ni peores relaciones con ninguno de sus vecinos. Hay afinidades con el País Vasco, como las hay también con La Rioja, Aragón o la Aquitania francesa, con la que comparte un pasado común a través de la Baja Navarra. Lo que une y separa a Navarra de esas regiones no puede ser nunca un argumento para dividir o separar a los propios navarros, muy diferentes de por sí en la Montaña, la Zona Media o la Ribera.
De norte a sur, Navarra cambia de lengua –del euskera al castellano– y se transforma desde lo más superficial, como el clima, la vegetación y el paisaje –en apenas 120 kilómetros se pasa de una selva atlántica de hayas y robles al desierto de las Bardenas, próximo a la excepcional huerta tudelana–, a lo más profundo: los tipos humanos, con sus tradiciones y costumbres. A pesar de ello, la identidad colectiva de los navarros no sólo existe dentro de un espacio físico y emocional, sino que podría considerarse un caso ejemplar de cohesión. Esa conciencia navarra neutraliza las diferencias en un territorio complejo que se gestó hace algo más de mil años, que desde hace 800 tiene unos límites bastante similares a los actuales y que desde hace 500 está unido a España. Desde entonces, las cadenas de su escudo quedaron integradas en el escudo de España.
Sobre este punto, escudos y demás, no me resisto a contar –como colofón de estas líneas y a pesar de lo surrealista que puede parecer– que, durante la Transición, el Gobierno de Euskadi diseñó un escudo del País Vasco en el que se colocaban, a partes iguales, las cadenas de Navarra con los símbolos de Guipúzcoa, Vizcaya y Álava. Navarra protestó contra ese disparate institucional y pidió que retiraran las cadenas de ese escudo, algo que el País Vasco no acató hasta 1986, cuando no le quedó otra que plegarse, a regañadientes, a una sentencia del Tribunal Constitucional. Y, a pesar de los pesares, no lo hizo del todo: una cuarta parte del escudo vasco actual lo ocupa el color rojo de la bandera de Navarra. La provocación sigue ahora con la revisión de 1512.
Rafael Esparza
http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/politica/navarra-500-anos-espana-20120601?page=1