La Galera Real de Juan de Austria
Entre los siglos XIV y XVI la cristiandad se vio amenazada por los turcos del imperio otomano, que dominaban Tierra Santa, Oriente Medio, Constantinopla, Grecia, Albania, África del Norte y la Península. Muchas diócesis desaparecieron y muchos mártires derramaron su sangre. Los musulmanes controlaban el mar mediterráneo y preparaban la invasión de la Europa cristiana, mientras los monarcas de este territorio se mantenían divididos y parecían no darse cuenta.
Una gran pinza turca amenazaba gravemente Europa. Su dominio o influencia había llegado por el norte de África hasta casi Marruecos y, apuntando a Viena, hasta Hungría y Transilvania. El Papa Pío V a principios de 1571 exponía a los embajadores de España y Venecia:
“El estado de la cristiandad es de tal fragilidad que…bastaría un soplo para derribarla…agotaré los medios existentes para unir las fuerzas cristianas contra su mayor enemigo…”
El 1 de septiembre de 1571 la flota cristiana quedó lista para partir desde Mesina (Sicilia).
Así nació la Santa Liga entre el Papado, España y Venecia, con una pequeña contribución de la Orden de Malta.
El 7 de octubre de 1571 tuvo lugar la batalla de Lepanto, en la que la Santa Liga,luchó contra los turcos con un claro objetivo: destruir su escuadra para recuperar la seguridad del comercio marítimo y del cultivo en las tierras costeras.
Lepanto fue un acontecimiento decisivo para la cristiandad y para Europa.
Para entender la enorme trascendencia de aquella batalla, hay que situarse en el momento histórico:
Año de gracia de 1571. En España reina Felipe II, y España reina en el mundo, desde el Mediterráneo hasta las islas Filipinas. Pero en Oriente, precisamente al otro lado del Mediterráneo, la potencia turca es un enemigo formidable. Los turcos, el Imperio Otomano, son los herederos históricos del califato islámico, el mismo Islam que dominó España durante siglos….
Una Liga para defender la Cruz.
Felipe II y el Papa intentan organizar una gran flota para dar la batalla al Turco. Es preciso construir una alianza. La flota española es fuerte, pero no lo suficiente –recordemos que al mismo tiempo estamos en América y en Asia. Hace falta que venecianos y genoveses ayuden; pero los venecianos acarician la idea de llegar a un pacto por separado con los turcos, un pacto que les permita mantener sus rutas comerciales a cambio de concesiones o tributos. Sólo la conquista turca de Chipre, en 1570, y el posterior saqueo de Venecia, convence a los italianos de que no hay componenda posible.
Pío V redobla sus esfuerzos. Felipe II le sigue. Los reinos del norte de Europa (ingleses, alemanes) se desentienden del llamamiento papal, pero los italianos terminan secundando la idea. Hacia el verano de 1571 los cristianos componen su flota: darán la batalla en las mismas bases del Turco. Lo encuentran en las costas griegas, en el golfo de Lepanto.
Felipe II puso al frente de la flota a su hermanastro Juan de Austria, que tenía sólo 26 años, pero venía de sofocar la revuelta morisca en España y gozaba de un prestigio enorme. Junto a él estaban los mejores nombres de la Armada española: los catalanes Requeséns y Cardona y los castellanos Gil de Andrade y Álvaro de Bazán. Con ellos, el genovés al servicio de España Gian Andrea Doria, sobrino del gran almirante Andrea Doria.
Las galeras del Papa las dirigía un viejo señor de la guerra, Marco Antonio Colonna; las de Venecia, otro veterano, Sebastián Veniero, sustituido después por Barbarigo.
Y enfrente, el gran almirante turco, Alí Bajá, con un famosísimo pirata argelino, Uchali o Luchalí, y el gobernador de Alejandría, Mohamed Siroco; junto a ellos, un personaje de fábula, el renegado Pertev Pachá, cristiano convertido al Islam a quien los jefes de la Liga se la tenían jurada.
La Liga cristiana presentaba 231 barcos entre galeones y galeras, 50.000 marineros y galeotes y 30.000 soldados, de ellos 20.000 españoles. Nunca se había visto una potencia semejante en el mar.
Pero la armada turca era mayor todavía: unas 300 naves, con un número de hombres superior a 40.000 soldados, sin contar galeotes y remeros.
La mayor batalla naval librada hasta entonces.
La batalla fue el 7 de octubre. Aquí la Historia y la leyenda parecen lo mismo. Alí Bajá, desde el puente de su “Sultana”, recibió a los cristianos con un cañonazo, invitándoles a comenzar la batalla. Juan de Austria, cortés, respondió con otro cañonazo e izó su estandarte: la cruz de Cristo flanqueada por los escudos de los aliados.
La bandera de la Galera Real
Las naves cristianas habían avanzado hasta allí formando una gran cruz. Los turcos abrieron sus barcos en una gigantesca media luna. Juan de Austria fijó en el palo mayor de su nao una gran talla del Crucificado donada por la ciudad de Barcelona.
La estrategia de la Liga consistía en encerrar a los turcos en el golfo y atacar en masa. Pero los turcos vieron el peligro y trataron de envolver al centro del ataque cristiano, que mandaba Juan de Austria, mientras los piratas de Luchalí trataban de envolver uno de los flancos cristianos para darle la vuelta a la operación: encerrar a los cristianos en el golfo. No pudieron.
La inteligencia siempre es importante en todas las cosas de la vida, y la flota española, buscando cómo hacer más daño en las filas turcas, tuvo una idea muy brillante. Hasta entonces, la mecánica habitual del combate en el mar consistía en embestir al enemigo con el espolón de proa y abordarlo después. Pero las galeras turcas eran más y estaban mejor armadas, de modo que la flota cristiana se encontraba en inferioridad tanto en potencia de fuego como en número de unidades de abordaje.
Así que a uno de los nuestros, García de Toledo, se le ocurrió que recortando los espolones podría instalarse más artillería en la proa y aumentar el fuego directo contra el enemigo justo antes del abordaje, barriendo la cubierta y reduciendo la resistencia del rival. La idea funcionó de maravilla.
El mismo García de Toledo fue quien sugirió dar la batalla lo más cerca posible de la costa griega, junto a las bases turcas, para reducir la capacidad de maniobra del enemigo; muchos marineros musulmanes, al verse en peligro y tan cerca de su costa, optaron por saltar al agua e intentar llegar a nado hasta la orilla.
Hay que imaginar el aspecto que podían ofrecer todos aquellos barcos escupiendo fuego; no sólo el fuego de los cañones, sino también el de los arcabuces, porque don Juan de Austria había mandado repartir a su cuantiosa infantería, el Tercio de Mar, por todas y cada una de las galeras cristianas, de manera que no había barco que no tuviera una buena porción de infantes disparando sobre el contrario; la infantería española y la italiana, respondieron con fuego en abundancia.
Los venecianos, todo hay que decirlo, desmintieron su fama y pelearon con mucho arrojo; su jefe, Barbarigo, murió en su puesto. Tras el choque vinieron los abordajes. La batalla duró en total cinco horas. En pleno combate, Don Juan de Austria, para paliar la inferioridad numérica, mandó soltar a los galeotes –los remeros que movían las galeras, generalmente penados- y les ofreció la libertad si se sumaban al asalto. Ni que decir tiene que todos lo hicieron.
De hecho, fue uno de estos remeros quien cortó con un hacha la cabeza del almirante turco, Alí Bajá. La Historia no ha retenido el nombre de este remero español. Lo que sí ha retenido es el nombre de un gran personaje que combatía en la galera “Marquesa”. Nos lo cuenta un documento oficial que venía a decir así:
“Cuando se avistó la armada del Turco en esta batalla naval, el tal Miguel de Cervantes estaba malo y con calentura…... el dicho Miguel de Cervantes respondió que qué dirían de él, y que no hacía lo que debía, y que más quería morir peleando por Dios y por su rey, que no meterse so cubierta con su salud. Y peleó como valiente soldado con los dichos turcos en la dicha batalla….. Y acabada la batalla, cuando el señor don Juan de Austria supo y entendió cuán bien lo había hecho y peleado Miguel de Cervantes, le aumentó cuatro ducados más de su paga. De dicha batalla naval salió Miguel de Cervantes herido de dos arcabuzazos en el pecho y en una mano, de lo cual quedó estropeado de la dicha mano. De lo cual doy fe y firmo…”
El balance de Lepanto.
Miguel de Cervantes, en efecto; que luego, en Don Quijote, recordará esta batalla como “la más alta ocasión que vieron los siglos”. La verdad es que hay pocas dudas sobre el balance de la batalla.
Los turcos perdieron 250 barcos, 130 de ellos apresados por la Liga; los cristianos sólo perdieron 17. Los turcos perdieron cerca de 24.000 hombres; los cristianos, la mitad de esa cifra.
Además, 8.000 turcos fueron apresados y su almirante y sus capitanes murieron en el combate. Todos menos el avieso pirata berberisco, Luchalí, que consiguió escabullirse antes de que acabara la batalla.
Don Juan envió al Rey el estandarte de Alí Bajá. Y a los hijos del jefe turco, apresados en la batalla, se los envió al Papa.
Fue una gran victoria. Fue también la última gran batalla naval que vio el Mediterráneo.
Después se ha hablado mucho del verdadero peso que Lepanto tuvo en la Historia, disminuyendo su importancia.
A Felipe II se le ha reprochado que no supo explotar la victoria: pudo haberla aprovechado para barrer de piratas la costa del norte de África y tomar Argel, pero no lo hizo.
La propia Liga cristiana también pudo haber desembarcado en las costas griegas…... pero se disolvió muy poco después de la batalla.
Los venecianos no tardaron en llegar a pactos con los turcos.
Felipe II, por su parte, tenía otros problemas en Flandes y en las rutas americanas.
El Gran Turco no tardó en recomponer su flota: el Mediterráneo oriental seguiría siendo suyo.
….Sin embargo, Lepanto fue importantísimo respecto a la situación anterior:
Primero: a los turcos se les asestaba un golpe que nadie esperaba.
Segundo: las ambiciones del sultán en el Mediterráneo occidental se desvanecían.
Tercero: España manifestaba de manera muy clara su hegemonía en Europa, especialmente frente a Francia e Inglaterra.
Cuarto, y quizá lo más decisivo: la Cristiandad lograba detener el avance del Islam en un momento de gran peligro.
Después de Lepanto, ya nadie dudó de que Occidente, a pesar de sus guerras internas y sus profundas enemistades, podía defenderse contra el Imperio Otomano.
Nota: amplio resumen del brillante artículo de José Javier Esparza, en http://gaceta.es/
Por la transcripción:
F.J. de C.
Madrid, 9 de octubre de 2.015