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viernes, 15 de octubre de 2010

Historia, literatura, Quevedo, su mas desgarrado soneto.


Introducción.

En ESPAÑA, estamos viviendo unos momentos sumamente delicados en todos los aspectos: brutal crisis económica con sus derivadas de paro insostenible, crisis también  de valores en todos los aspectos, sean morales o simplemente éticos;  desánimo generalizado tanto en los jóvenes que no encuentran trabajo como en los mayores que ven peligrar sus pensiones de jubilación; mientras tanto, unos gobernantes ineptos, corruptos y malintencionados se dedican a planificar sus ambiciones de poder de espaldas al pueblo llano que, precisamente es  el que les da de comer pagando unos impuestos que ya alcanzan niveles confiscatorios.
En gran parte,la situación que vivimos hoy en ESPAÑA nos recuerda la terrible época de la decadencia española en los siglos XVI -  XVII.
Siempre resulta, muy ilustrativo volver la vista atrás y releer a nuestros clásicos del Siglo de Oro, uno de cuyos mas señeros representantes fué precisamente Francisco de Quevedo. Ello es lo que pretendemos con este artículo.

Don Francisco de Quevedo, muy breve biografía.

Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos (Madrid, 14 de septiembre de 1580 - Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 8 de septiembre de 1645) fue un noble, político y escritor español del Siglo de Oro, uno de los más destacados de la historia de la literatura española. Ostentó los títulos de señor de La Torre de Juan Abad y caballero de la Orden de Santiago.Estudió Teología en Alcalá sin llegar a ordenarse y lenguas antiguas y modernas. Cultivó, con notable éxito,  prácticamente todos los géneros desde sus obras poéticas, ascética, festivas, satírícas, picarescas, etc.
Entre las múltiples obras poéticas que compuso, quiero destacar su Cancionero Religioso, 1.613, dentro del cual, Heráclito Cristiano, figura su famoso soneto que comienza con ‘Miré los muros de la patria mía…’. y que reproduzco al final, siendo el “leit motiv” de este artículo.

Un poco de historia.

El tiempo que le tocó vivir a Quevedo, finales del siglo XVI, mediados del XVII,  fue el de la atroz decadencia de España; Quevedo fué testigo de la implacable descomposición de España. La situación política en la España de entonces, cuya gobernación dejada en manos de validos incompetentes y corruptos, ( “Para evitar ser ahorcado, el mayor ladrón de España se vistió de colorado” decían las coplas de la época, refieriéndose al Duque de Lerma) se parece a esos edificios que amenazan ruina y que se sostienen gracias a un apuntalamiento que los mantiene en pie, aunque de forma precaria.
La Guerra de los treinta años, 1618, eleva a Francia a primera potencia europea, la escisión de Portugal, la revuelta de Cataluña, todos estos sucesos, que se producen ó se generan en esa época son los que hacen que brote en Quevedo el profundo pesimismo que le invade y que encontrará expresión en su crítica mordaz, en su reflexión política y en su meditación religiosa.

Su soneto más desgarrado: “ Miré los muros de la patria mía......”

Ese pesimismo, que desde entonces es parte constituyente del ser español, se aprecia en toda su intensidad en este soneto que reproduzco mas abajo. Nótese cómo el poeta, mire adonde mire, solo ve motivos para la desesperanza y el desconsuelo. Y es que el paso del tiempo va carcomiendo lo que un día fue robusto, hasta minarlo totalmente y dejarlo al borde de la extinción.
De la misma manera que hay un envejecimiento inevitable en cada individuo, existe otro declive similar, pero éste en la vida nacional; un declive apresurado que España experimentó en cuestión de unas pocas décadas, y que desdichadamente se reproduce ahora, en pleno siglo XXI cuando se están desbaratando todas las cotas de bienestar y desarrollo anteriormente conseguidas con un inmenso sacrificio conjunto de TODOS los españoles.
F.J.
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.

 Salíme al campo: vi que el sol bebía         
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.

 Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,           
mi báculo más corvo y menos fuerte.

 Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.