El papa Francisco ha superado la marca de su primer año impulsado por una inmensa popularidad. Pero en esto no hay nada nuevo. También Benedicto XVI había alcanzado en el año 2008 idénticos niveles de consenso. Y Juan Pablo II había sido todavía más popular, y durante muchos años seguidos.
Véase cuadro adjunto.
La novedad es otra. Con Francisco, por primera vez desde tiempos inmemorables, un Papa es elogiado no sólo por los suyos, sino casi más todavía por los de afuera, por la opinión pública laica, por los medios de comunicación seculares, por gobiernos y por organizaciones internacionales.
Inclusive ese informe de una comisión de la ONU que en los primeros días de febrero atacó ferozmente a la Iglesia lo ha preservado, inclinándose a ese "¿quién soy yo para juzgar?" ahora asumido universalmente como el lema emblemático de las "aperturas" de este pontificado.
Las "aperturas" de un Papa a la modernidad pueden, por el contrario, explicar el consenso que le llega desde afuera, desde la opinión pública laica. Ésta parece ser la novedad de Francisco.
Una novedad respecto a la cual él está a la defensiva. Ha dicho en su reciente entrevista al "Corriere della Sera": "No me agrada una cierta mitología del papa Francisco. Sigmund Freud decía, si no me equivoco, que en toda idealización hay una agresión".
F.J.de C.
Madrid, 29 de marzo de 2.014
Nota: Info de Sandro Magister, chiessa.espresso.repubblica.it
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