miércoles, 14 de agosto de 2013

Crónica negra.El robo del siglo: Atraco al tren correo de Glasgow

Se cumplen 50 años del «robo del siglo», en el que 15 ladrones cuidadosamente seleccionados desvalijaron en 15 minutos el ferrocarril que llevaba el dinero de los bancos situados entre la capital escocesa y Londres

Nunca se había visto nada igual. Tampoco se ha vuelto a ver en los 50 años transcurridos desde que, en la madrugada del 8 de agosto de 1963, un grupo de 17 delincuentes formado por 15 ladrones cuidadosamente seleccionados por sus habilidades especiales, además de dos informadores, llevaron a cabo el considerado «robo del siglo».

Los medios de comunicación de todo el mundo le dedicaron gran espacio en sus informativos. ¿Cómo había podido suceder? ¿Quién había planeado aquel plan tan perfecto? «El mayor robo de la historia de los ferrocarriles británicos y del servicio de Correos ha sido perpetrado en la madrugada de este jueves. Botín: más de 170 millones de pesetas de la época. Los delincuentes no dejaron más huellas que las de su perfecta habilidad, su exacta sincronización de movimientos y su audacia. Scotland Yard tiene una sola pista: descubrir entre las fichas policiacas el “cerebro maestro” capaz de organizar ese atraco», contaba ABC al día siguiente del suceso, informando de que se ofrecían seis millones de pesetas de recompensa por la captura de cualquiera de los ladrones, que «no han dejado ningún rastro».
El robo fue de una precisión milimétrica y contó con una cuidada preparación que había comenzado a fraguarse tres años antes en la mente de Bruce Reynolds. Este ladrón profesional supo de la existencia del famoso tren de Glasgow por un confidente que había conocido en la prisión de Durham. Al principio pensó que era imposible, pero tras un encuentro con un antiguo compañero de correrías, Ronnie Biggs, puso en marcha la selección de los socios. El proyecto comenzó a tomar forma.

El «Up Special»

Entre todas las noches barajadas, tenía que ser por fuerza la del jueves 8 de agosto, pues los bancos de Glasgow, tras haber cerrado su ejercicio tres días antes, había vaciado las cajas fuertes y enviado el dinero a Londres para ponerlo a buen recaudo.

El tren encargado de llevar a la capital inglesa aquel preciado botín era el «Up Special», uno de los cuatro ferrocarriles secretos de la Dirección de Correos británica que se encargaban de transportar, al abrigo de la oscuridad de la noche, la recaudación de todos los bancos del país hasta la capital inglesa. Muy pocas eran las personas que tenían conocimiento de ello, de ahí que hiciera falta la participación de informadores. El botín del «Up Special» estaba formado por 126 sacos repletos de dinero que, de salir todo como lo habían estudiado, les retirarían para el resto de sus vidas.
Había llegado el momento. El tren había estado viajando durante toda la noche desde Glasgow. A las 3.15 de la madrugada, el convoy se encontraba a poca distancia del empalme ferroviario de Leighton Buzzard y Cheddington, el lugar elegido para llevar a cabo el golpe. Cheddington era una pequeña localidad ubicada a 65 kilómetros de Londres, que contaba con una población de quinientos habitantes, los cuales a esa hora dormían ajenos al hecho de que a escasos metros de sus casas se iba a producir «el mayor robo de la historia».

La señal roja

Primero una señal luminosa de color ámbar hizo que el conductor del poderoso tren diesel de dos mil caballos, Jack Mills, disminuyera la velocidad. Y, unos metros más adelante, cuando el tren pasaba por el puente Bridego, otra señal, esta vez roja, le indicó un inminente peligro y tuvo que detener la locomotora de inmediato.

Aquel fue el primer éxito del plan ideado por Reynolds, que con una batería portátil había cambiado las luces del semáforo para forzar a la máquina a parar, tras haber confirmado a medianoche, gracias a su informador de Glasgow, que el tren portaba todas las sacas de los bancos. Una remesa mayor que en otras ocasiones, para sorpresa de Reynolds y Biggs. En total, 2,6 millones de libras esterlinas.
Cuando el tren se detuvo, el ayudante del conductor, David Whitby, se bajó de la cabina y se dirigió al poste de señales para averiguar la razón de la alarma. La parada no había llamado la atención de nadie. Entonces Whitby se dirigió al teléfono para comunicar el percance a la siguiente estación, pero se percató de que los cables estaban cortados limpiamente y de que era imposible hacer ninguna llamada. Algo iba mal. Volvió rápidamente al tren para informar a su jefe cuando vio a un hombre agazapado entre dos vagones. Se dirigió hacia él para preguntarle que qué hacía y, antes de que se diera cuenta, le rodearon varias personas disfrazadas de soldado, una de la cuales le amenazó: «Si gritas eres, hombre muerto».
Cuando el ayudante fue conducido a la locomotora, vio que otro grupo de atracadores había reducido a Mills, que se encontraba atado y sangrando. Había intentado resistirse y fue golpeado con una barra de metal. Esa fue la única violencia desplegada por los ladrones que, en pocos minutos, se hicieron con 118 de los 126 sacos de dinero, al tiempo que inmovilizaban a los guardias: «¡De rodillas y cierren los ojos!», les dijeron. Después desaparecieron con el botín en el interior de dos furgonetas y un camión. Visto y no visto.

El Monopoly

Entre que se detuvo el tren y Reynolds, Biggs y compañía desaparecieron tan solo transcurrieron 15 minutos, mientras que transcurrieron 45 hasta que la Policía pudo ser avisada. Todo había salido a la perfeccción, salvo por un detalle que se les pasó a todos: un tablero de Monopoly que sirvió a los ladrones para relajarse durante algunas horas poco después de cometer el robo, y en el que dejaron sus huellas sin darse cuenta.

Aquel fallo fue suficiente para identificar a todos los implicados, que pronto fueron capturados por Scotland Yard. Tan solo consiguieron huir con maestría sus líderes: Bruce Reynolds, que tras someterse a una cirugía estética consiguió escapar a México y Canadá, en donde permaneció durante cinco años; y Ronnie Biggs, que pasó 31 años siendo buscado por la Policía tras su fuga de prisión en 1965. Fue capturado en 2001, tras volver voluntariamente al Reino Unido.
Ellos son los nombres de una leyenda que ha inspirado varias películas y que aún hoy son reverenciados por quienes sueñan con el atraco perfecto y recuerdan que de aquel asalto millonario (valorado hoy en 47,5 millones de euros) tan sólo se recuperó una mínima parte. Biggs, a sus 83 años, permanece ingresado en una residencia. Reynolds, el cerebro del plan, fallecido hace pocos meses.

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