domingo, 23 de noviembre de 2008

Política internacional: La guerra del Congo.

Comentario por F.J.:

El tema de la guerra en el Congo prácticamente silenciado por los medios de comunicación constituye una verguenza mundial en la que de alguna manera están implicados muy diversos estamentos y organizaciones : unos por inducción, otros por acción directa, otros por su apoyo vergonzoso y vergonzante, otros por no actuar con la energía y decisión necesaria para cortar en seco esta masacre, y los demás por ocultar, como avestruces, la existencia y magnitud  del patético caos. Muy pocos medios de comunicación reflejan esta dolorosa situación aunque buscando por internet sí se encuentran valiosos documentos como el que seguidamente se reproduce:

Desde la frontera de Congo.

Por Javier Sancho, (www.msf.es)

 Cada uno tiene su manera de dolerse, y la mía la heredé de una abuela que, cuando se enfrentaba a alguna tragedia, se quedaba fría como una piedra, aunque después, pasadas algunas horas, sentía escalofríos, volvía a revivir lo que había visto, oído, olido, y todas las cosas del horror que  a uno percibe por los sentidos.

Hemos llegado a Goma, Kivu Norte, provincia fronteriza de RDC-Congo con Ruanda. En un pequeño avión hemos cruzado el país, como soñaron y no pudieron hacerlo los Conrad, los Stanley, los Casemont, y todos los que por aquí inventaron un país para sus propios intereses o los intereses de otros, todos los que por aquí se callaron, o los que denunciaron las atrocidades del rey belga. Un rey, Leopoldo II, que debería figurar en el memorial de los mayores asesinos junto a Hitler, Stalin, etcétera.

Hemos venido desde el caos de Kinshasa, que un día, se llamó Kinshasa la Belle, y hoy se llama Kinshasa la poubelle (cubo de basura). Y ahora estamos aquí, un engañoso paraíso adivinado desde las ventanillas del avión. Un verde fresco que lo matiza todo, un lago enorme que regala nenúfares a sus orillas, un volcán que no enrojece el cielo sino que lo incendia en atardeceres para la memoria. Y aquí, en este paraíso, nos explica el coordinador del equipo español de Médicos sin Fronteras (MSF) en la zona, se encuentran más de 300.000 desplazados en los alrededores de Goma. Algunos recién llegados, otros suman un desplazamiento tras otro. En toda la región son un millón.

Y lo pude comprobar cuando fuimos con unos amigos del ACNUR a visitar unas 165 familias de una comunidad de pigmeos que acababan de llegar. Se han pasado la vida en un corre-corre. Cuando no eran los milicianos del general Nkunda (un rebelde de origen tutsi que se levantó contra el ejército congolés y contra los hutus ruandeses radicales que habitan esta zona de Congo), eran los de las fuerzas gubernamentales. Y por unos y por otros, esta gente no ha dejado de correr.

Un joven de la comunidad me dice en un francés quejumbroso, aprendido de tanta hambre: "Sufrimos, sufrimos mucho. El pueblo pigmeo sufre mucho". Yo trato de hacerle preguntas, saber lo que ha pasado, y él cambia el tono para darme detalles. Muchos congoleses tienen el hábito de empezar las narraciones con la fecha y la hora exacta en la que ocurrieron los hechos. Estaba trabajando la tierra en una aldea de las montañas de Massisi, al noroeste de Goma. Vino gente armada. Cuando él llegó, el pueblo estaba arrasado. Ha perdido a su mujer, a su madre, a su padre. Dos hijos se han internado en el bosque. Él vino con otro que encontró escondido entre unos arbustos. No han comido nada, sólo las pocas hierbas que les da por crecer con vehemencia entre las rocas volcánicas de la falda de ese volcán enorme que marca los días de esta pequeña ciudad a orillas de un paraíso olvidado.

Y yo, al igual que mi abuela, como antes les decía, me quedo frío, sólo trato de mantener una conversación, una entrevista con el hombre que muda el tono de su queja, y me mira tapándose con las manos el estómago, como advirtiéndome del mucho dolor, del mucho vacío que allí se guarda. Miro las piedras, duras, ennegrecidas por la lava, ni siquiera tienen forma de piedras, sino de malos deseos.

Sobre ellas, lo que queda de estas familias pigmeas están levantado sus diminutas tiendas con ramas y hojas, esperando unos toldos, que las organizaciones humanitarias llaman plastic sheeting, y que son de lo primero que se envía en los cargamentos de ayuda cuando ocurren estas catástrofes. Los plastic sheeting que protegen de la lluvia, del sol, pero que no tapan este hambre, esta enorme tragedia que se baja de las montañas que rodean Goma. Lo que ocurre aquí no tiene una explicación sencilla. Es un dolor en que la memoria se riza, caracolea y vuelve a quitarnos el sueño. Cómo explicarlo. Tendré que escribirlo para ver si de alguna manera la entiendo, así en privado y en público. Si alguna vez lo entiendo, no será, estoy seguro, con la cabeza. Pero antes, como les decía, miré las piedras, como si entre ellas y yo tuviéramos el hermanamiento de la misma sordez, del mismo silencio, como si en algún sitio, pudiera dejar aparcado el corazón.

Y luego, a la vuelta, después de haber visitado más campos y centros de tratamiento de cólera con MSF, después de haber acariciado la enorme debilidad de un hombre que no se tiene en pie, como les decía volví a mi cuarto, busqué entre las sábanas, y allí me puse de nuevo el corazón, para poder escribir este blog de una frontera en la que se vive al límite de todo.

 

 


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