John F. Kennedy, J.F.K., (Brookline, Massachusetts, 29 de mayo de 1917-Dallas, Texas, 22 de noviembre de 1963) fue el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos. Elegido en 1960, J.F.K. , ejerció como presidente desde el 20 de enero de 1961 hasta su asesinato el 22 de noviembre de 1963.
El asesinato de J.F.K.tuvo lugar el viernes 22 de noviembre de 1963, en Dallas, Texas, Estados Unidos a las 12:30 de la hora estándar del centro (18:30 UTC). J.F.K.fue mortalmente herido por disparos mientras circulaba en el coche presidencial en la Plaza Dealey.
Tres investigaciones oficiales concluyeron que Lee Harvey Oswald, un empleado del almacén Texas School Book Depository en la Plaza Dealey, fue el asesino. Una de ellas concluyó que Oswald actuó solo y otra sugirió que actuó al menos con otra persona más. El asesinato todavía está sujeto a especulaciones, siendo origen de un gran número de teorías conspirativas.
La bibliografía existente sobre el asesinato de J.F.K. es muy abundante por lo que parecería difícil poder decir algo nuevo sobre el suceso; sin embargo, en el presente artículo se comenta ampliamente el siguiente libro:
«Teoría de la conspiración. Deconstruyendo un magnicidio: Dallas 22/11/63» (Ed. Navona, 640 páginas,32 euros)
cuyo autor, Javier García Sánchez ,se atreve a adentrarse en un caso lleno de medias verdades y manipulaciones varias y rastrear contrastando en los muchos libros que se han publicado sobre el asunto.
El autor sostiene que si bien Oswald participó en la logística del atentado, «es posible incluso que sin conocer el destino final del mismo, logró zafarse de quienes tenían como objetivo silenciarlo» durante las primeras horas posteriores al magnicidio. Pero Oswald era un peón, probablemente el más insignificante de una infraestructura creada por la C.I.A. porque es a la Agencia a la que señala García Sánchez como responsable directa del complot. La sentencia de muerte de Kennedy vino dictada por un documento, la directriz NSAM-263, en la que se aprobaba el inicio de la retirada escalonada de las tropas estadounidenses destinadas en Vietnam, algo que supuso un duro traspiés para los halcones del Pentágono, los mismos que hacía tiempo que no perdonaban al joven presidente su política de no intervención militar en Cuba.
Sin embargo,según la teoría de la Comisión Warren, (el grupo de trabajo ordenado por Lyndon Johnson encabezado por Earl Warren, presidente de la Corte Suprema ) no existió conspiración alguna en Dallas. La Comisión Warren estableció la creencia de que un loco solitario con simpatías comunistas llamado Lee Harvey Oswald realizó tres certeros disparos desde el edificio del almacén de libros de texto, situado en la plaza Dealey, los mismos que asesinaron a quien era entonces el líder del mundo libre. Poco después, otro loco, Jack Ruby, dueño de un cabaret por el que pasaba lo más florido de la policía de Dallas, se saltaba todos los controles de seguridad y mataba de un tiro a Oswald, una escena que fue retransmitida por las cámaras de todo el mundo.
Nombres propios
El voluminoso trabajo de García Sánchez, no se limita a plantear las líneas generales de la conspiración, sino que proporciona muchos de los nombres propios que habrían participado en ella. Uno de los que suena con más fuerza es el de un agente de la CIA llamado Howard Hunt; este sujeto estuvo involucrado en otro de los episodios turbios de la Casa Blanca, el escándalo Watergate que le costó la presidencia a Richard Nixon.
Hunt era uno de los principales «fontaneros» de Nixon, pero el 22 de noviembre de 1963 estaba en Dallas. El propio Hunt, en el lecho de muerte, se encargó de realizar una moribunda confesión admitiendo que lo sucedido en Dallas era una operación de la CIA. Para acabar de liarlo todo más, existe una carta de Oswald a un tal «sr. Hunt», redactada dos semanas antes del crimen, en la que el presunto asesino pide instrucciones sobre lo que tiene que hacer. Hunt no era el único hombre de la Agencia en Dallas aquel día.
El autor, Javier García Sánchez, nos recuerda que en esa fecha también estaban presentes más tipos peligrosos, como Frank Sturgis –otro de los condenados por el escándado Watergate–, David Ferrie –quien poco después se convertiría en uno de los ejes de la investigación de Garrison–, Bernard Baker, David Atlee Phillips y David Sánchez Morales
La última llamada
Hay una pista muy jugosa que podría ayudar a comprender si verdaderamente Oswald era un agente de la C.I.A.; se trata del recibo de la última llamada que Oswald pidió realizar desde las dependencias de la Policía de Dallas. Era el 23 de noviembre de 1963 y le quedaban pocas horas de vida. La telefonista de la comisaría, Alveeta A. Trenton, tuvo la buena idea de salvar este documento en el que consta que Oswald trató de llamar, aunque sin suerte, al oficial John Hurt, de Raleigh, Carolina del Norte, quien debía ser uno de sus jefes directos en el ONI, es decir, la Inteligencia Naval. Si Oswald sabía algo –y ciertamente sabía mucho– se llevó sus secretos a la tumba el 24 de noviembre de 1963, después de ser asesinado por Jack Ruby.
Fue la primera de las muchas muertes sospechosas que tendrían lugar en los siguientes años, un muy alarmante listado de accidentes de tráficos, suicidios, balas perdidas o mezclas de drogas que hicieron que se perdieran a testimonios clave en esta historia.
García Sánchez realiza un desconcertante recuento de decesos:
- La primera de esas víctimas fue Karyn Kupcinet, una actriz que había logrado algunos pequeños papeles en televisión, y que aseguró que había visto juntos a Oswald y Ruby en el Club Carrousel de Dallas, el mismo local que regentaba este último.
- Unos días más tarde encontraban el cadáver de Jack Zangretti, quien afirmó públicamente que en el magnicidio habían intervenido tres hombres y que uno de ellos acabaría matando a Oswald.
- El 8 de mayo de 1964 se suicidó el agente de la CIA Gary Underhill, el primero en insinuar que la Agencia podría estar detrás del asesinato de John F. Kennedy.
- En 1965, la opinión pública quedó sorprendida con la inesperada muerte de Dorothy Kilgallen, una periodista conocida por sus apariciones en televisión y radio, y que aparentemente habría fallecido de una sobredosis accidental.La triste noticia tenía lugar poco después de que Kilgallen hubiera explicado que Jack Ruby la había concedido una entrevista en la que lo contaba todo. Nunca aparecieron las notas de esas conversaciones.
- Florence Earl Smith, una íntima amiga de la reportera, de quien en un primer momento se sospechó que las podía guardar, apareció también muerta 48 horas después del deceso de Kilgallen.
- Pero la más llamativa de estas extrañas muertes tuvo lugar en junio de 1966. Bowers era la persona que había observado a determinados hombres y vehículos sospechosos en el famoso montículo de hierba, el lugar en el que se cree que habría estado oculto el responsable del último disparo, el que acabó con Kennedy. Pero Bowers no pudo hablar más porque se mató estrellándose contra la única columna de cemento que había en toda una autopista.
Uno de los aspectos más interesantes que se apuntan ahora en este libro es el de señalar, precisamente, a los autores materiales del crimen del presidente norteamericano, todos ellos hombres coordinados por la Agencia Central de Inteligencia norteamericana y pagados por la mafia.
De Bolivia a Chile
Otro de los sospechosos que se han mencionado con anterioridad es David Sánchez Morales.
Morales no era un agente cualquiera: entre sus responsabilidades también estaba la de ser uno de los encargados de la estación de reclutamiento de la CIA en Miami. Cuando el Comité Selecto de la Cámara sobre Asesinatos volvió en 1976 a ahondar en los sucesos de Dallas, Morales ya supo que, a partir de ese momento, era un hombre marcado.
A su abogado Robert Walton le confirmó que él estuvo en la capital texana cuando se produjo el magnicidio. «Yo estaba en Dallas el día que nos cargamos a aquel cabrón, y yo estaba en Los Ángeles el día que nos cargamos al pequeño hijo de puta», dijo.
Morales fue llamado a declarar ante el comité y, como ya pueden imaginar y teniendo en cuenta las «accidentales» muertes que han rodeado siempre esta investigación, no llegó a hacerlo nunca. Si existía alguien que sabía cómo había que terminar con el presidente de Estados Unidos y no ser descubierto nunca, ese era, precisamente, David Morales, aunque ya jamás sabremos lo que pasaba por su cabeza porque murió repentinamente en Tucson el 8 de mayo de 1978.
Otro de los nombres más interesantes de todos los que son citados por Javier García Sánchez es el de Malcolm Wallace, a quien se ha definido como el hombre de confianza de Lyndon B. Johnson, para los asuntos más delicados. Una de las huellas de Wallace aparece en la caja de cartón que, según el Informe Warren, habría usado Oswald para apoyarse mientras disparaba contra John Fitzgerald Kennedy.
Varios testigos han afirmado, especialmente un hombre de negocios texano y amigo de Lyndon Johnson llamado Billie Sol Estes, que Wallace se encontraba detrás de Oswald en la ventana del sexto piso del almacén de libros de texto en Dallas, la llamada guarida del asesino. Mac, por supuesto, murió en 1971 en un extraño accidente de automóvil.
F.J. de C.
Madrid, 15 de marzo de 2.017
Nota: Basado en la recensión del libro «Teoría de la conspiración. Deconstruyendo un magnicidio: Dallas 22/11/63» de Javier García Sánchez , publicada en LaRazón