Interesante artículo de "el semanal digital":http://www.elsemanaldigital.com/solo-conservar-los-principios-garantiza-superar-las-crisis-123801.htm
El liberalismo doctrinario ha gozado entre nosotros de una fama excepcionalmente buena. Los liberales del siglo XIX buscaron en él (algunos de ellos al menos) el antídoto contra los errores y defectos que, conocidos, nos habían llevado a nuestra primera guerra civil. Los políticos, politólogos e historiadores del siglo XX han querido encontrar en Destutt de Tracy y en Joaquín Francisco Pacheco los precursores de un Adolfo Suárez para cuya obra se han agotado todos los halagos (aunque la tenemos hoy más a la vista que nunca) y para cuya UCD nunca han bastado todas las zalamerías (pese a que fue la ruina política del centro, la debacle intelectual de la derecha y el eclipse de cualquier verdadero liberalismo). Lo cierto es que, con pocas excepciones (don Federico Suárez primero, José Luis Comellas después), se ha dado del doctrinarismo, y más del español, una imagen sesgada, facciosa, cómoda para quienes se han querido servir de ella pero incompleta y falsa. Tan falsa como para olvidar o marginar, demasiado a menudo, que el máximo intelectual del liberalismo doctrinario, reconocido en España y fuera de ella, fue alguien tan incómodo comoJuan Donoso Cortés. Donoso no gustó en su siglo a los carlistas ni ha gustado después a muchos reaccionarios, porque no se obcecó en defender como propias las formas políticas del pasado, transitorias y no permanentes y más en manos de una dinastía tan infiel y tan poco digna de fidelidad. Pero con mayor virulencia disgustó a los republicanos, ya que sí fue defensor del principio monárquico y ha merecido como tal ser estudiado por pensadores tan cualificados como Alois Dempff. No gustó ni poco ni mucho a quienes se consideraron de izquierdas o progresistas, ya que defendió la conservación del orden; y fue enemigo de los socialistas cuando muy pocos de éstos había aún en España y cuando muy pocos españoles habían entendido hasta qué punto eran urgentes los peligros planteados por este segundogénito del Nuevo Régimen. Formado en el liberalismo más puro, fue coherente consigo mismo militando como moderado, y buscando tanto en la tribuna política, como en el Parlamento y la diplomacia, un equilibrio entre los principios católicos y las formas modernas; un liberalismo que le llevó a ser activista contra la izquierda y a defender en 1848 las formas fuertes de Narváez contra el riesgo del desorden y la revolución. Quizá por lo incómodo de su síntesis, este Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo haya tenido que esperar tanto a que Homo Legens lo edite en España, y eso a pesar de que es nuestra obra política más conocida y citada en un siglo. El retraso puede no haber sido tan malo: gracias a él, Donoso sale a la luz justo cuando España se debate en una crisis tan política y social como económica, y justo cuanto tanto el liberalismo como la derecha carecen del pulso para ofrecer una salida comprensible. La respuesta de Donoso es hoy tan válida como fue escrita: primero hay que pensar en los principios que se defienden, en la visión del mundo que se propugna y en las que se rechazan, y en consecuencia plantear la acción política contingente. Actuar a la inversa, un pragmatismo que ya fue error común en tiempo de Donoso, sólo sirve de ayuda a los políticos que buscan medrar ellos mismos, a los negociantes de turno, a los introductores de contrabando de ideas políticas revolucionarias; España necesitó entonces y necesita hoy una derecha consciente de sus fundamentos y dispuesta a llevarlos a todas sus consecuencias, no a ceder en ellos a cambio de una migaja de la mesa de los demás. Y por eso conviene leer a Donoso y entender cómo explicó su mundo, ya que nuestra crisis es muy parecida y tampoco en ella podríamos imaginárnoslo a él mendigando favores ni cediendo principios, sin por ello dejar de ser el más liberal de un liberalismo bien entendido.