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viernes, 3 de abril de 2015

VIERNES SANTO.



El Cristo de la Cruz, Salvador Dalí, 1.951, posiblemente su cuadro más famoso y difundido.


En este día en que los cristianos  celebramos la Pasión y muerte de Jesucristo me parece oportuno recordar en este blog el poema titulado “La Pedrada” escrito por  el gran poeta español,  José María Gabriel y Galán.

José María Gabriel y Galán nació el 28 de junio de 1870 en Frades de la Sierra, pequeño pueblo de la provincia de Salamanca (España), y muere en Guijo de Granadilla provincia de Cáceres  el 6 de enero 1905.
Sus padres se dedicaban al cultivo de la tierra y la ganadería en terrenos de su propiedad. Su infancia la pasa en su pueblo natal; a los 15 años se traslada a la capital, Salamanca, donde prosigue sus estudios.Durante esa etapa comienza a escribir sus primeros versos muy elogiados por sus amigos que le estimulan a continuar escribiendo poesías.Su extensa y valiosa obra es de una excelente y sublime sencillez, con la utilización de palabras y frases de alta sonoridad y cuidada rima; muchas de sus poesías las escribe  en la lengua vernácula extemeña,”el castúo”.
Su obra poética se aparta del modernismo, siendo conservadora en estructura y temática: defiende la tradición, la familia, la religión y la fe cristiana o la descansada vida campestre; reúne, pues, todas esas características que hoy día le hacen ser, no ya criticado, sino silenciado en todos los ambientes donde la progresía campa por sus respetos e impone su ley de silencio; indudablemente, Gabriel y Galán no es de ellos y por tanto se le excluye de cualquier cita; en el momento de su muerte, era seguramente el poeta más leído de España.
Sus Obras Completas, en 2 tomos están en formato digital y se encuentran en dominio público:
Seguidamente, el texto y su  versión audiovisual en YouTube:



La Pedrada:

I
Cuando pasa el Nazareno /de la túnica morada,con la frente ensangrentada,/ la mirada del Dios buenoy la soga al cuello echada,/ el pecado me tortura,las entrañas se me anegan /en torrentes de amargura,y las lágrimas me ciegan,/ y me hiere la ternura...
Yo he nacido en esos llanos / de la estepa castellana,donde había unos cristianos/ que vivían como hermanosen república cristiana.
Me enseñaron a rezar,/ enseñáronme a sentiry me enseñaron a amar;/ y como amar es sufrir,también aprendí a llorar.
Cuando esta fecha caía / sobre los pobres lugares,la vida se entristecía, / cerrábanse los hogaresy el pobre templo se abría.
Y detrás del Nazareno/ de la frente coronada,por aquel de espigas lleno / campo dulce, campo amenode la aldea sosegada,
los clamores escuchando / de dolientes Misereres, iban los hombres rezando, / sollozando las mujeresy los niños observando...
¡Oh, qué dulce, qué sereno / caminaba el Nazarenopor el campo solitario, / de verdura menos llenoque de abrojos el Calvario!
¡Cuán süave, cuán paciente / caminaba y cuán dolientecon la cruz al hombro echada,/ el dolor sobre la frentey el amor en la mirada!
Y los hombres, abstraídos, / en hileras extendidos,iban todos encapados, / con hachones encendidosy semblantes apagados.
Y enlutadas, apiñadas, / doloridas, angustiadas,enjugando en las mantillas / las pupilas empañadasy las húmedas mejillas,
viejecitas y doncellas, / de la imagen por las huellassanto llanto iban vertiendo...¡Como aquellas, como aquellas / que a Jesús iban siguiendo!
Y los niños, admirados, / silenciosos, apenados,presintiendo vagamente / dramas hondos no alcanzadospor el vuelo de la mente,
caminábamos sombríos / junto al dulce Nazareno,maldiciendo a los Judíos, / «que eran Judas y unos tíosque mataron al Dios bueno».

II
¡Cuántas veces he llorado / recordando la grandezade aquel hecho inusitado / que una sublime noblezainspiróle a un pecho honrado!
La procesión se movía / con honda calma doliente,¡Qué triste el sol se ponía! / ¡Cómo lloraba la gente!¡Cómo Jesús se afligía...!
¡Qué voces tan plañideras / el Miserere cantaban! ¡Qué luces, que no alumbraban, / tras las verdes vidrïerasde los faroles brillaban!
Y aquél sayón inhumano / que al dulce Jesús seguíacon el látigo en la mano, / ¡qué feroz cara tenía!¡qué corazón tan villano!
¡La escena a un tigre ablandara!Iba a caer el Cordero, / y aquel negro monstruo fieroiba a cruzarle la cara / con un látigo de acero...
Mas un travieso aldeano, / una precoz criaturade corazón noble y sano / y alma tan grande y tan puracomo el cielo castellano,
rapazuelo generoso / que al mirarla, silencioso,sintió la trágica escena, / que le dejó el alma llenade hondo rencor doloroso,
se sublimó de repente, / se separó de la gente,cogió un guijarro redondo, / miróle al sayón la frentecon ojos de odio muy hondo,
paróse ante la escultura, / apretó la dentadura,asegurose en los pies, / midió con tino la altura,tendió el brazo de través,
zumbó el proyectil terrible,/ sonó un golpe indefinible,y del infame sayón / cayó botando la horriblecabezota de cartón.
Los fieles, alborotados / por el terrible suceso,cercaron al niño airados, / preguntándole admirados:-¿Por qué, por qué has hecho eso?...
Y él contestaba, agresivo, / con voz de aquellas que llegan de un alma justa a lo vivo:-«¡Porque sí; porque le pegan / sin tener ningún motivo!»

III
Hoy, que con los hombres voy, / viendo a Jesús padecer,interrogándome estoy:¿Somos los hombres de hoy / aquellos niños de ayer?


F.J.de C.
Madrid,  3 de abril, de 2. 015