lunes, 15 de diciembre de 2008

Eutanasia y muerte digna.

El gobierno actual, dentro de su feroz campaña contra los principios más elementales de la moral, tiene, dentro de sus objetivos inmediatos, establecer una ley que legalice la EUTANASIA .

Dado que la incultura de la mayoría de la población de este país le hace desconocer el significado de este  término, los voceros  y propagandistas del régimen del pensamiento único se aprovechan de esta circunstancia para justificar y defender la conveniencia de lo que, si se denominara de forma correcta, sería simplemente llamado CRIMEN.

De acuerdo con el diccionario de la Real Academia de la Lengua, el término EUTANASIA significa:

“accion de provocar la muerte a un enfermo incurable para evitarle mayores sufrimientos físicos y psiquicos”.

Analizando detenidamente esta definición se pueden distinguir algunos aspectos muy significativos:

Acción: es decir, hacer o realizar algo.

Provocar: crear, promover, inducir…….

Es decir, en todo caso, se trata de hacer algo, ejecutar,  o sea,  MATAR, quitar la vida,  matar directamente a un inocente para resolver un problema; esa sería en definitiva la definición de la eutanasia. Avanzar en la calificación distinguiendo entre eutanasia activa o pasiva, directa o indirecta, voluntaria o involuntaria, o refiriéndose a ella como suicidio asistido, sólo logra confundir, al tiempo que pretende,  mediante la habilidosa utilización de eufemismos, disminuir la dureza del vocablo. Hipócrates vivió en el siglo IV antes de Cristo. Hasta entonces, el médico cumplía una doble función; una, curar…¡la otra, matar!

La gran contribución de Hipócrates, que pasó a la era cristiana y guió la profesión médica durante los siguientes dos milenios, fue la de separar la función de curar y la de matar propias hasta entonces del médico. A partir de ese momento, el médico sólo curaría. A través de los siglos, se ha asumido el contenido del juramento hipocrático: primun non nocere, "en primer lugar, no hacer daño". En la actualidad, los médicos que se gradúan ya no hacen el juramento hipocrático. Con el aborto y el apresuramiento para legalizar la eutanasia, algunos médicos, trágicamente, han vuelto a asumir esa doble función felizmente superada en nuestra historia.

Existe sin embargo, una práctica médica total y absolutamente ética y ortodoxa que no debe confundirse con la eutanasia. Es la que se practica a diario en las unidades de dolor de los hospitales a los enfermos terminales. No es eutanasia, porque no pretende terminar con la vida del enfermo sino amortiguar su sufrimiento mediante la aplicación de fármacos calmantes en dosis terapeúticas  que indirectamente pueden producir, y normalmente producen, su fallecimiento.

Todos los moralistas desde muy antiguo han aceptado que, si bien el ser humano debe procurar mantener su vida, no está obligado a utilizar medidas excepcionales para ello; el tema consiste en discernir qué medidas son excepcionales y qué otras hoy día resultan normales. En cualquier caso, la doctrina oficial de la Iglesia católica –cosa que muchos de nuestros progres ignoran- rechaza terminantemente el llamado “encarnizamiento terapeútico”, o afán de aplicar al paciente en fase claramente terminal medios evidentemente desproporcionados de los que no cabe esperar una mejora sustancial, y a veces ni siquiera mínimamente significativa, del estado clínico del sujeto.

Un ejemplo entre muchos: está claro que alimentarse y beber líquidos es una medida normal de subsistencia; ahora bien, ¿hay que considerar normal o excepcional aceptar alimentos mediante una sonda nasogástrica que a su vez produce intensos dolores en el aparato digestivo? Piénsese en lo que puede suponer la acumulación de una batería de posibilidades terapeúticas como ésta.

Se está extendiendo la   costumbre de redactar el llamado testamento vital, documento mediante el cual el paciente manifiesta: a) su rechazo a verse sometido a pruebas y  tratamientos que impliquen  todos los medios artificiales que prolonguen la supervivencia; b) su aceptación de cuidados paliativos que ayuden a morir en paz.

Este testamento vital es un documento al que deben obedecer los médicos que asisten al pàciente en la fase final de su vida y constituye una valiosa ayuda tanto para los familiares del enfermo como para los facultativos que lo asisten pues ambos ven salvada su responsabilidad ante esos momntos decisivos de la vida.

F. J.


Free counter and web stats


4 comentarios:

Natalia Pastor dijo...

Un magnífico post.
Lo cierto,es que en esta estrategia de la "cultura de la muerte" que tiene instaurada este Gobierno,tratan de confundir y de mezclar conceptos que nada tienen que ver.
Por ejemplo,en el caso de Ramón Sampedro y la película/apología que es "Mar adentro" hablan de "eutanasia",cuando de lo que se trata en realidad es de "suicidio asistido",que es una cosa muy distinta.
Pero todo vale en la ceremonia de la confusión.
Saludos.
(Te enlazo)

Sempietnos dijo...

Pues esto no es nada con lo que nos espera en esta legislatura,en la que va la reforma de la Ley del Aborto(barra libre)y la Ley para la "muerte digna".
Cualquier dia vemos al Dr Montes de Ministro.

Caballero ZP dijo...

Queda claro que ahora mismo ya tenemos las herramientas necesarias para que nadie sufra innecesariamente las consecuencias de enfermedades terminales, todo intento de cambio solamente obedece en muchas ocasiones al egoísmo de los propios familiares y al binomio socialismo-muerte, que como hemos comprobado en la historia han sido inseparables.
Respecto al aborto mas de los mismo, tenemos un gobierno que apuesta y financia la muerte, mientras que a la vida le niega cualquier tipo de esfuerzos y ayudas.
Saludos

Anónimo dijo...

Todo lo que se refiere a la eutanasia debe observarse con sumo cuidado. Estamos en un mundo en el que la esperanza de vida puede acercarse fácilmente en pocos años a los cien años, mientras se hacen esfuerzos para elevar la vida laboral activa a los setenta, cifra muy elevada porque aunque intelectualmente la persona pueda seguir siendo valiosa, enriquecida incluso por la experiencia, carece del soporte físico para el desarrollo de una vida laboral activa.

El acercamiento a la idea de eutanasia parece acariciar la posibilidad de regular, igual que los nacimientos, las muertes. Cuando los pasivos sean una carga insoportable, cuando los que requieren asistencia impliquen gastos excesivos.

Volviendo a lo próximo y palpable, solo quisiera referirme a un hecho concreto: la relación entre suicidio y eutanasia.

El suicidio, que es la muerte voluntaria, no constituye delito porque el posible responsable está muerto. La tentativa de suicidio está penada en la legislación penal británica y estadounidense. No suele estarlo en otras legislaciones como es la española.
Lo que sí se penan son las conductas de colaboración con el suicidio. El Código Penal español de 1995, el llamado código Belloch, dice:

“1. El que induzca al suicidio será castigados con la pena de prisión de cuatro a ocho años.
2. Se impondrá la pena de prisión de dos a cinco años al que coopere con actos necesarios al suicidio de una persona.
3. Será castigado con la pena de prisión de seis a diez años si la cooperación llegara hasta el punto de ejecutar la muerte.
4. El que causare o cooperare activamente con actos necesarios y directos a la muerte de otros, por la petición expresa, seria e inequívoca de este, en el caso de que la víctima sufriera una enfermedad grave que conduciría necesariamente a su muerte, o que produjera graves padecimientos permanentes y difíciles de soportar, será castigado con la pena inferior en uno o dos grados a las señaladas en los números 2 y 3 de este artículo.”

Como decía el presentador de un conocido programa de TVE, “hasta aquí llega el suicidio”. La eutanasia viene definida por la confluencia de dos ideas: el acortamiento voluntario de la vida y la finalidad de poner término a los sufrimientos de una enfermedad incurable. El suicidio también provoca un acortamiento voluntario de la vida y también suele tener su fundamento en sufrimientos intolerables, no ya físicos, sino también psíquicos, e incluso sociales y morales; la enfermedad incurable se sustituye por la apreciación de una situación insoportable. Este horizonte más amplio puede ser la causa de la que las legislaciones penales pongan límites a las acciones que lindan con el suicidio.

Pero el verdadero elemento diferencial tenemos que encontrarlo en ese calificativo que se aplica al acortamiento de la vida: la voluntariedad.

El suicidio lo decide el individuo. La eutanasia, no. Hay una sustitución de la voluntad del individuo, una interpretación de lo que serían sus deseos. Si la persona manifiesta que desea acortar su vida, estamos ante un suicidio. Si no puede manifestarlo, estamos ante la eutanasia.

Ojo: hoy es Montes. Dentro de unas décadas puede ser un funcionario que nos diga: Los órganos competentes del Ministerio de Sanidad han decidido voluntariamente acortar su vida ya que su artrosis no tiene remedio y le va a producir terribles dolores.
Y, como decía el otro día el Ministro Soria (textual) se le darán cinco minutos para despedir dignamente de su familia.

Pere Navarro se queja de que no puede conducir por nosotros. A lo peor, terminan pudiendo suicidarnos por nosotros.

Y, por descontado, defiendo la libertad de suicidio voluntario. Su moralidad es algo que pertenece a otro ámbito y que cada uno debe juzgar para su aplicación a la propia conducta conforme a sus creencias igualmente libres.