jueves, 6 de noviembre de 2008

Un brindis por las ideas de la Reina.Polemica sobre sus declaraciones.

Por José Francisco Serrano Oceja.

El falso pudor que invade a no pocos de los puristas de la transición política y de la democracia ideal les ha llevado a enarbolar la bandera de la neutralidad como argumento primero para cubrir con un velo de sobresalto lo afirmado por doña Sofía a la periodista Pilar Urbano. Hemos asistido al típico ejemplo de goyesco navajeo colectivo, un linchamiento en el que lo mismo se mezclaba a los edecanes áulicos con los preteridos de la historia, al Opus Dei con la Iglesia Ortodoxa, a los jesuitas con los confesores reales.  No estaría de más que en España aprendiéramos, de una vez, a dar a cada uno lo suyo, y no lo de los demás, y a asentar el fecundo ejercicio del distingamos, que suele ser el principio de la ciencia y de la conciencia. Ya lo decía la hermenéutica clásica: todo texto, fuera de su contexto, se convierte en un pretexto. Los de siempre, los progresistas de sueldo y vuelo, los avanzados de múltiples colores, el poder alternativo del gay saber –nuevo poder contra viejo poder–, los ofendidos por sistema, no han hecho más que sacar de contexto no sólo las declaraciones de doña Sofía. Han pretendido sacar de contexto a la monarquía misma, a la Reina y al silencio elocuente que la define. Porque, con mucha probabilidad, sus palabras no son más que la rúbrica de su vida y de su pensamiento. Un pensamiento, por cierto, que está acreditado con su interés por la cultura, por las ideas, por lo que hace que el hombre sea más hombre. Lo que les ha molestado a los que no aceptan nada más que la doctrina del cambio social es la normalidad y la coherencia con la que unas ideas, que no son patrimonio de la política, y mucho menos de ningún partido político, que son anteriores y que están en el plano de la razón universal, se expresan con la naturalidad de la vida misma.

Quienes atacaban desaforadamente a la Reina por expresar su pensamiento, lo han hecho por varias causas. ¿Qué hubiera pasado si Su Majestad la Reina hubiera dicho lo contrario de lo que afirmó? Aplausos en el foro público a diestro y siniestro; mutismo en el orbe católico, entre sorprendido y acomplejado. Pero no ha sido así, y la paradójica coincidencia del universo intelectual de Su Majestad con el contenido de la doctrina católica ha puesto a más de uno nervioso, no vaya a ser que los aliados de lo católico por sistema y en el sistema sean los Reyes de España. Dado que el Gobierno se ha empeñado en modernizar nuestro país, a cualquier observador atento no se le escapará pensar que la modernización, more Zapatero, debe abarcar desde la primera letra hasta la última. Lo que Pilar Urbano dice que ha dicho la Reina –por eso del oportunismo utilitario– expresa una relación interna con los presupuestos que están en el fondo de la razón y de la raíz de la existencia de la monarquía y de su función social. Pronto olvidamos que don Juan Carlos afirmó un 22 de noviembre de 1975, nada más jurar su cargo:

El Rey, que es y se siente profundamente católico, expresa su más respetuosa consideración para la Iglesia. La doctrina católica, singularmente enraizada en nuestro pueblo, conforta a los católicos con la luz de su magisterio. El respeto a la dignidad de la persona que supone el principio de libertad religiosa es un elemento esencial para la armoniosa convivencia de nuestra sociedad.

Se nos podrá decir que estas palabras son fruto de la historia, pero, ¿acaso la historia niega la evidencia de lo que afirma el Rey? ¿El respeto a la dignidad de la persona, que supone el principio de libertad religiosa, no es un elemento esencial para la armoniosa convivencia en nuestra sociedad? Según lo relatado por Pilar Urbano, de lo que doña Sofía ha hablado es de múltiples formas del respeto a la dignidad de la persona, como base para la convivencia armoniosa: una de las tareas que pertenecen a la naturaleza y vocación de la monarquía constitucional. “Brindo por la antigua y tradicional monarquía española, cristiana en la esencia y democrática en la forma”. Aunque fuera otra, ahora es ésta.

 

Por José Francisco Serrano Oceja.


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