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martes, 1 de marzo de 2011

El dictador terrorista Gadafi pudo ser derrocado en 1986.Los socialistas europeos le protegieron entonces..

Craxi y González, defensores de Gadafi en 1986

La Secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, ha defendido este lunes 28/02/11 que ha llegado el momento de que el dirigente libio, Muamar Gadafi, se marche y ha denunciado que éste está empleando a "mercenarios y matones" para suprimir las manifestaciones en su contra. (Las protestas contra el régimen libio habrían causado ya más de dos mil muertos, además de que cien mil personas hayan huido del país norafricano)."Ha llegado el momento de que Gadafi se marche, ahora, sin más violencia ni demora", ha defendido Clinton en su intervención ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra. La Secretaria de Estado admitió además que la opción de declarar una zona de exclusión aérea sobre Libia para acabar con la represión por parte del régimen de Muamar el Gadafi "está sobre la mesa", entre otras medidas. De hecho, el portavoz del Pentágono,  ya ha anunciado en la CNN que el Departamento de Defensa ha decidido "reubicar" fuerzas navales y aéreas en la región del Mediterráneo y el norte de África para estar preparado ante cualquier opción u orden que podría tener que llevar a cabo de manera rápida por la rebelión en Libia. Per no reveló para qué podrían ser necesitadas. Las Fuerzas Armadas de EEUU tienen una presencia regular en la zona. De hecho, la Quinta Flota de la Marina tiene su sede en Bahrein.

“Gadafi y aquellos que le rodean deben rendir cuentas por estos actos, que violan las obligaciones internacionales y la decencia común”, ha subrayado Clinton en su intervención ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONUen Ginebra, asegurando que la comunidad internacional no ha dejado ninguna posibilidad fuera de la mesa en cuanto a los próximos pasos a dar contra Libia.


Recordemos brevemente los antecedentes de esta situación actual y entenderemos, que, lo que está ahora ocurriendo, se explica perfectamente a la luz de aquellos sucesos de entonces:

El 15 de abril de 1986, pronto hará un cuarto de siglo, los cazas enviados por el gran Presidente Ronald Reagan, atacaron la  jaima  donde se escondía Gadafi, ese terrorista internacional más que peligroso. No lo alcanzaron, había huido poco antes.
La operación había empezado tres días antes cuando Reagan avisó del ataque a Felipe González. El escenario habla por sí solo: en marzo, según se supo, Gadafi había recibido a los jefes de la ETA; el 5 de abril, una discoteca de Berlín sufrió un atentado terrorista ordenado por Gadafi y al día siguiente de la llamada de Reagan se supo que Gadafi había entregado un millón de dólares a ETA.
Así las cosas, y aunque parezca increíble, González negó el permiso para que los aviones americanos, con base en el Reino Unido, cruzasen España para atacar a Gadafi en Trípoli. En unas horas, Mitterrand, presidente de Francia y tan socialista como González, y Craxi, primer ministro de Italia, delincuente confeso y no menos socialista que el de Sevilla, tampoco dieron el preceptivo plácet, mejor dicho, Craxi -que, huido de la justicia, acabó en Túnez- avisó a Gadafi;increible ¿verdad? pero real.
Los americanos atacaron dando un rodeo que les retrasó varias horas y al final el pájaro había huido. Hasta hoy, de momento....
F.J.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Controladores: La receta de Reagan.

Seguidamente reproduzco el interesante artículo de Fernando Diaz Villanueva, publicado en "Libertad Digital" http://historia.libertaddigital.com/la-receta-de-reagan-1276238454.html

El lunes 3 de agosto de 1981, a las 7 en punto de la mañana, unos 13.000 de los 17.000 controladores aéreos que por entonces tenía Estados Unidos se declararon en huelga. Huelga salvaje. Empezaban las vacaciones de verano y medio país iba a pasar por los aeropuertos en el transcurso de esa semana.Nadie se lo esperaba: ni los viajeros, que quedaron atrapados como ratas en la intrincada red aeroportuaria norteamericana, ni las líneas áreas, que perdieron dinero a mansalva desde la primera hora de la huelga, ni, naturalmente, el recién nombrado presidente del país, Ronald Reagan, metido hasta pocas horas antes en una negociación con Patco, el todopoderoso sindicato de los controladores.
A las 9 de la mañana el caos era absoluto. En los grandes aeropuertos del país, como el JFK de Nueva York, el de Chicago o el de Los Ángeles, la actividad se detuvo. Las aeronaves que llegaban desde Europa, y que habían partido durante la noche, tuvieron que aterrizar en Canadá y volver de vacío a sus ciudades de origen, tras dejar a los pasajeros librados a su suerte en lugares remotos como Toronto o Montreal. A media mañana, los inmensos Estados Unidos de América estaban irremediablemente paralizados.
Nada se podía hacer. Compañías ferroviarias anataño vigorosas, como la Union Pacific, la Santa Fe o la Great Western, habían desaparecido engullidas por el lento e ineficiente mastodonte estatal Amtrak, o se dedicaban en exclusiva al tráfico de mercancías. Los autobuses eran simplemente incapaces de tomar el relevo a los aviones, en un país de semejante tamaño. En 1981 las aerolíneas norteamericanas movían diariamente 800.000 pasajeros y 10.000 toneladas de carga en 14.000 vuelos comerciales.
Tras la primera jornada de huelga, las cinco mayores aerolíneas: Braniff, PanAm, Eastern, American y TWA (nótese que hoy sólo queda una de ellas con vida), informaron a la opinión pública de que la huelga les había costado unos 30 millones de dólares, y que corrían peligro los cerca de 350.000 empleos directos que generaba la industria aérea. No existía alternativa. O se bajaba los pantalones y aceptaba el órdago de los controladores, consistente en un aumento de sueldo de 681 millones de dólares (17 veces lo acordado en la mesa de negociación) y la reducción de la jornada laboral a 32 horas semanales, o el frágil Gobierno de Reagan naufragaría en la mayor crisis de la historia del control aéreo.
El presidente se reunió con el secretario de Transportes, Drew Lewis, y juntos decidieron dar un escarmiento ejemplar a Patco. Su líder, Robert Poli, era un sindicalista correoso e intratable convencido de que iba a salirse con la suya, dados los devastadores efectos de las primeras horas de la huelga. Poli, por cierto, había apoyado meses antes a Reagan durante la campaña electoral.
La mayor parte no lo atendió, y fue despedida de modo fulminante el día 5 de agosto. La FAA (Federal Aviation Administration), entre tanto, se dispuso a colocar un parche de emergencia. A los que no estaban en huelga se les unieron 900 controladores militares para reabrir las torres de los aeropuertos principales. Excepcionalmente, y para salir del paso, se hizo trabajar a los controladores 60 horas semanales. Los líderes de Patco vaticinaron una catástrofe aérea de dimensiones inauditas: si su gente no estaba en sus puestos de trabajo, sobre la nación caería una auténtica aluminum shower (ducha de aluminio).
Finalmente, no se produjo accidente alguno. El tráfico se restableció, aunque ralentizado por la falta de personal en el control. Durante los primeros días las aerolíneas tuvieron que cancelar el 50% de los vuelos, y 60 aeropuertos pequeños hubieron de cerrar sus puertas, dado que les era imposible garantizar el control aéreo.
Quedaba lo de incorporar nuevos controladores. La escuela de control aéreo de Oklahoma matriculó de golpe a 5.500 aspirantes, que cinco meses después ya estaban en las torres. Las difícilmente mejorables condiciones laborales de los controladores, envidiadas por todos los norteamericanos, provocaron que, durante el mes de agosto, se presentasen 45.000 personas para cubrir las vacantes. Ninguno de los huelguistas despedidos figuraba entre los candidatos: el Gobierno los había inhabilitado a perpetuidad. Algunos fueron perdonados en 1986. Siete años más tarde, en 1993, Bill Clinton revocó la inhabilitación, lo que posibilitó que, con el rabo entre las piernas, muchos huelguistas volvieran a la labor.
El corporativista Patco, que había mantenido la profesión cerrada para mantener y acrecentar sus privilegios, sucumbió sin remedio. Privado de apoyo popular, con gran parte de sus miembros despedidos y con sus líderes enfrentando cuantiosas multas y penas de prisión, fue disuelto a finales de octubre, entre el desprecio general de los mismos a los que había utilizado como rehenes durante las jornadas de fuego de la huelga.
El control aéreo norteamericano tardó un decenio en recuperar la normalidad. Emergió un nuevo sindicato, el Natca, cuyos promotores se cuidaron muy mucho de marcar distancias con el difunto Patco. Su lema es "We guide you home" (Te guiamos hasta tu hogar), y nunca ha convocado una huelga.