Los orígenes de las fiestas de San Fermín, santo Patrón de Pamplona, se remontan a la Edad Media y están relacionados con tres celebraciones: los actos religiosos en honor a San Fermín, intensificados a partir del siglo XII, las ferias comerciales y las corridas de toros, documentadas desde el siglo XIV. En los inicios, la fiesta conmemorativa de San Fermín se celebraba el 10 de octubre, pero en 1591 los pamploneses, cansados del mal tiempo, decidieron trasladar la fecha original a julio y hacerla coincidir con la feria. De este modo nacieron los Sanfermines. En su primera edición duraron dos días y contaron con pregón, músicos, torneo, teatro y corridas de toros. Posteriormente se fueron añadiendo otros actos como fuegos artificiales y danzas, y se prolongaron hasta el día 10.Actualmente comienzan el dia 6 de julio prolongándose hasta el 14 del mismo mes, siendo el día 7 de julio la festividad del Santo.
Con el siglo XX los Sanfermines alcanzaron su máxima popularidad. La novela "The sun also rises" ("Fiesta"), escrita por Ernest Hemingway en 1926, animó a personas de todo el mundo a participar en las fiestas de Pamplona. Además, en este último siglo se incorporaron nuevos elementos como el Riau-Riau, suspendido desde 1991, el Chupinazo, o el programa cultural.
Un buen amigo de Pamplona, Manuel Martínez Velasco, que vive y ha vivido con intensidad los Sanfermines describe, en el artículo que sigue, una visión de sus propias vivencias cuando corría y que le valieron una cornada de de 17 cm. en la ingle producida cuando corría los sanfermines el 13 de julio de 1976. F.J.
Es dificil conseguir que alguien baile al son que uno toca. La naturaleza humana se rebela ante esta clase de situaciones y chirrían los comportamientos. No obstante, un DJ (disc-jockey) lo consigue muy a menudo, y si tiene talento, muy fácilmente.
Con los animales ocurre algo parecido, lo denominamos “Doma”, y consiste en que un animal realice determinados movimientos aprendidos gracias a un entrenamiento concienzudo que se basa en aprovechar sus instintos naturales.
En la Tauromaquia, y dejando al lado el espinoso tema de la muerte del toro, se produce un hecho peculiar de contacto hombre-animal con la cuestión de la dominación revoloteando.
Un toro bravo, y un hombre que jamás se han visto, se sitúan en un escenario que el toro no conoce y que, por lo tanto, es nuevo para él, y un hombre que si que es “dueño” del escenario y su distribución, para ejercer un ejercicio de “Doma” sobre la marcha: Torear.
Las vicisitudes que este juego lleva, son conocidas por todos; el “Baile” asociado puede ser un peñazo, puede ser artístico, y puede acarrear muchos disgustos para el torero. Invariablemente, y salvo contadas excepciones, el toro muere.
No enumeraré las suertes distintas que esta tauromaquia lleva consigo ni tampoco profundizaré sobre ellas; simplemente me limito a citarlas como preámbulo y contextualización.
El Encierro de Pamplona es diferente. Muchos lo conocen por verlo en TV, algunos han tenido la experiencia de verlo in situ, bien desde la barrera en la calle, desde una localidad en la Plaza al final de la carrera o bien desde un balcón en la Estafeta en una visión fugaz e intensísima. Otros lo conocemos por haber participado en la carrera.
Es una locura y lo admito; y ahora más por las diferentes connotaciones publicitarias que han propiciado que el acto sea mucho más masivo de lo aconsejable, y sin embargo…sigue siendo maravilloso cuando sale bien.
El toro bravo es un animal de manada, no es como un Oso. Desde que nace, está en manada. Es su forma de ser, está en su instinto. Cuando se habla de otro animal de su grupo, se dice que es su “hermano”.
Desde el instante en que la manada de toros y cabestros sale de los corrales de Sto. Domingo para iniciar la empinada cuesta con la que la carrera comienza, empieza el juego. Es una tauromaquia especial que consiste en ponerte tu delante a la carrera, a toda velocidad, a tope de tus condiciones físicas, con tu adrenalina impregnando hasta el extremo del ultimo pelo de tu cuerpo, para conseguir “templar” la carrera del toro, Conseguir, en una palabra, que te acepte como uno más de la manada, y que corra a tu tren. Al menos durante…nah…es un “nah” de tiempo.
Realizar esto a toda velocidad, siempre con un punto más de potencia por si acaso, y durante 5 u 8 segundos, es la esencia de todo. Es instantáneo, brutal, atávico hasta decir basta…uno se siente parte de algo totalmente distinto y el tiempo psicológico transcurre muy lentamente…hasta a veces sientes que todo se para.
“Pillar toro”. Todo desaparece y estás tú y la manada.
Parece una eternidad. Hueles al toro, oyes su respiración, el sonido de su tranco, percibes que tienes un control absoluto sobre su zancada, el meneo de su cuello, le observas de reojo…el cabeceo…con sus astas a centímetros de tu cintura…el corazón latiendo a tope de sus posibilidades…tu vida en juego…
A toda velocidad. En segundos. Y entonces, ocurre “algo” y sabes que se ha acabado y que debes de irte. No puedes seguir disfrutando de eso más tiempo. Entonces tiras el periódico a un lado, y en esa fracción de segundo en la que el toro se distrae, tu te quitas de su cara para retirarte de la carrera y dejar que sea otro corredor quien te tome el relevo y goce de lo que tu has gozado.
Y te sientes un hombre nuevo, distinto. Y quieres hacerlo otra vez, y otra, y otra….
Porque no hay nada como eso.
Nada.
Manuel Martínez Velasco.
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