lunes, 10 de mayo de 2010

MEMORIA HISTORICA

Me es muy grato reproducir del blog amigo:
http://tellagorri.bogspot.com
el impresionante artículo titulado:


"Memoria de un Rovira que no es Carod"

Al morir su padre, Joan Rovira Roure se convirtió en el cabeza de familia y en 1928 sacó las oposiciones de abogado del Estado. En 1929 casó con la hija del Gobernador Militar de Lleida y fruto de aquella unión nacieron tres hijos varones.

Joan tenía las mismas inquietudes políticas que su padre y al instaurarse la República, se unió a las filas de la Lliga Regionalista Catalana, por cuyo partido fue elegido diputat al Parlament de Cataluña en 1933. En 1935 fue elegido alcalde de Lleida; y en 1936 la Generalitat, presidida a la sazón por Lluís Companys, de Esquerra Republicana de Cataluña, le nombró comisario delegado de la provincia, lo que se denomina paer en cap. Este hecho ilumina sobre el prestigio que tenía Joan Rovira Roure, puesto que fue el único miembro de Lliga Catalana con el que contó Lluís Companys, que gobernó exclusivamente con ERC, a pesar que la Lliga fue el segundo partido más votado de Cataluña.

El 18 de julio de 1936 el levantamiento militar no triunfó en los destacamentos de Lleida, que permanecieron leales a la República. A mediados de agosto se estableció en la ciudad una checa anarquista, a la que se unieron algunos extremistas, principalmente de Esquerra Republicana de Cataluña

En Lleida quedaba una compañía de Mozos de Escuadra, pero fue retirada a instancias de la Generalitat para evitar roces con los chequistas, a quienes no convenía soliviantar. En aquellos momentos gobernaba Cataluña el Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña, de inspiración anarquista, aunque Lluís Companys seguía siendo el president y, en Lleida, Joan Rovira Roure seguía siendo el paer en cap de la Generalitat.



SALVANDO A LOS CLÉRIGOS


La checa se convirtió en la autoridad de la ciudad y concentró sus esfuerzos en capturar a todos los clérigos de la provincia. Algunos fueron fusilados en el acto. Joan Rovira Roure intentó detener las ejecuciones. Esto produjo que la checa lo catalogara como "enemigo del pueblo" y que el 18 de agosto fuera detenido y trasladado a la prisión de la Generalitat en Lleida, donde estaban presos 80 sacerdotes. A partir de entonces, la checa se vio con las manos libres para actuar.

El 20 de agosto, se presentó en la cárcel el comité popular de la checa de Lérida. Traían un listado con 72 sacerdotes que estaban presos, y exigieron su entrega. Cuando ésta fue verificada, fueron conducidos al cementerio, fusilados y enterrados en una fosa común. Para intentar dotar a los asesinatos de una apariencia de legalidad, se establecieron los tribunales populares. Si en un tribunal popular se podía acreditar la condición sacerdotal del reo, la condena era la muerte.

El 25 de agosto llegó a Lleida la columna anarquista de Durruti, en su camino hacia el frente de Aragón. Buenaventura Durruti, a pesar de haber nacido en León, era delegado del Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña. Entre los hombres que le acompañaban había un grupo de exaltados llamados los aguiluchos, que prendieron fuego a la catedral y posteriormente se dirigieron a la cárcel. Una vez en la prisión, los aguiluchos demandaron que se les entregaran 20 curas, so pena de quemar el edificio con todos los presos dentro.

Se les alegó que sólo les quedaban siete prelados, pues el día 20 se había hecho una saca con todos los sacerdotes que obraban en su poder. Los aguiluchos exigieron que se completara la cantidad con presos que fueran católicos. Se les entregaron 13 laicos, detenidos por su condición de buenos cristianos, pero a uno de ellos -les avisaron- no lo iban a poder fusilar, pues era diputat del Parlament, alcalde de Lleida y paer en cap de la provincia. A Joan Rovira Roure le condujeron a la Comisaría de Orden Público de la Generalitat.

Entonces los aguiluchos exigieron uno más. Por alguna extraña razón aquella noche debían morir 20 personas. Traían un papel que ponía "20"; todo se debía hacer de una forma oficial. Cuando les fue entregado otro preso que completaba la cifra redonda, se los llevaron a la explanada del Campo de Marte, donde fueron fusilados.

El 26 de agosto, Durruti envió un telegrama a Barcelona, comunicando que al día siguiente sometería al paer en cap a un Tribunal Popular. A la Generalitat le dio tiempo a enviar un emisario, el cual llegó a Lleida el 27 por la mañana, y alegó que Rovira Roure debía ser liberado de inmediato, pues como diputat del Parlament, tenía inmunidad parlamentaria.

La checa de Lérida desoyó las razones aducidas y se le sometió a un juicio sumarísimo. A pesar de ser abogado del Estado, al reo no se le permitió declarar. Entre los cargos que se le imputaron, estaba el hecho probado de que había organizado la cabalgata de Reyes la noche del 5 de enero de 1936, a pesar de estar éstas prohibidas por la República. No había nada que hacer: la celebración de ceremonias religiosas estaba penado con la muerte. 

Para que la Generalitat no tuviera tiempo de intervenir, se le fusiló aquella misma noche en el paredón del cementerio y fue enterrado en la fosa común. Mi abuelo tenía 37 años.

El 27 de agosto de 1936, cambió la vida de Ana María Tarazona, la joven viuda de Joan Rovira. No sólo había perdido a su marido, sino que también por aquellos días se quedó sin su padre. Germán Tarazona sabía que él sería el siguiente y se fue a casa de un amigo. Si habían fusilado a su yerno siendo el delegado del Gobierno, qué no harían con él, que era general y no había querido jurar fidelidad a la República. Ya habían venido un par de veces a buscarle y había sido el paer en cap quien había evitado su detención.

Ana María se encontró en casa con su madre y sus tres hijos; de seis, cinco y un año respectivamente. El calvario no había hecho más que comenzar, porque la checa les expulsó del piso donde habitaban, pues iba a ser utilizado como oficina de la CNT. A Ana María le permitieron seguir viviendo en el entresuelo, pero a condición de que se encargara de las labores de portera.

La portería tenía un sótano, y sobre la trampilla Ana María y su madre colocaron una alfombra, de manera que dicho sótano quedara desapercibido. Cuando todo estuvo preparado, una noche entró Germán Tarazona. Pasarían meses antes de que volviera a ver la luz del sol.

Pasado el primer momento de crisis, Ana María Tarazona envió a Barcelona al marido de una prima suya, para que se entrevistase con el conseller de Orden Público de la Generalitat y con los compañeros de su marido en la Lliga. Ni el uno ni los otros quisieron saber nada de la precaria situación en que quedaba la viuda del paer en cap, pues el poder había sido asumido por el Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña.

Septiembre fue otro mes negro para la Iglesia leridana. Entre este mes y los dos anteriores, se asesinaron 139 sacerdotes en Lleida capital y 131 en la provincia, total 270 prelados, incluyendo al obispo de Lleida y Barbastro -antes esta ciudad pertenecía administrativamente a Lleida- el cual fue castrado antes de ser fusilado. También se fusiló a 31 laicos, por la única razón de ser católicos o de proteger a sacerdotes. Lluís Companys disolvió el macabro Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña el 27 de septiembre, pero el daño ya estaba hecho.

A finales de 1936 se recrudeció la Guerra Civil, la que sostenían republicanos y sublevados, y la que tenía lugar en el seno de la República. Fruto de esta segunda contienda interna, el 20 de noviembre de 1936, Durruti caía asesinado en Madrid, supuestamente por un agente estalinista.

Mientras tanto, en Lérida, Ana María Tarazona procuraba pasar desapercibida, ocupándose de las faenas de la portería. Todos los días esperaba en vano la llegada de un coche de la Generalitat que los sacara de allí y todas las noches se bajaba a cenar con su padre, su madre y los tres niños al sótano. Una noche vieron por un ventanuco del entresuelo como se iluminaba el cielo de Lleida. Habían vuelto a quemar la catedral.



LOS NIÑOS, A RUSIA


El 20 de febrero de 1937 los nacionales llegaron hasta el río Segre, a 10 kilómetros en línea recta desde Lleida. Esto empeoró las cosas, porque días más tarde dos milicianos con fusiles a la espalda llamaron a la portería. Venían a comunicar que dentro de una semana los dos niños mayores debían estar preparados para partir en tren a Rusia, a donde estaban siendo conducidos los hijos de los fusilados.

Esa misma noche, Ana María Tarazona fue a ver a su primo que vivía en el ático de la misma casa. Debía ir a Barcelona a entrevistarse con los consejeros de la Generalitat, casi todos de Esquerra Republicana y si fuera necesario con el propio president Lluís Companys, que a fin de cuentas, era quien había nombrado a su marido para el cargo. Estipularon una contraseña que sería transmitida por telegrama. El texto debía ser: "Josefina está enferma, la operan el viernes 24". Esto querría decir, que el 24 de febrero la Generalitat enviaría a alguien que los sacara de allí.

El 23, Ana María estaba fregando el portal, cuando el cartero le trajo un telegrama. No era lógico que una portera recibiera telegramas, por lo que lo cogió con un gesto entre curioso y desenfadado. Todas las procesiones iban por dentro. El texto decía así: "He visto a Josefina, está bien de salud y te manda recuerdos".

Ana María Tarazona levantó la trampilla del sótano. Germán Tarazona se asustó, porque aquella puerta nunca se abría durante las horas de luz, por lo que desenfundó su revólver. Por la escalera sólo descendió su hija, que se plantó delante de él.

-Padre, debes llevarnos hasta el campo de los nacionales.

-Pero niña, ¿cómo voy a llevaros, a los 63 años que tengo, a tu madre, a ti, a dos niños y a un bebé?

-No sé cómo vas a hacerlo, padre, pero sé que debe ser esta misma noche.

Necesitaron dormir en el campo tres noches, para cubrir los 15 kilómetros que separan Lleida de Alpicat, pues los chequistas habían dispuesto multitud de controles, sobre todo para evitar la fuga de sacerdotes.

Durante el trayecto se les acabó el agua y para sofocar los llantos del bebé hubo que darle agua sucia, que fue la única que se pudo encontrar. A los niños casi se les congelan los pies y les quedaron las uñas arrugadas. La última noche, cuando se les había acabado la comida y estaban al borde del colapso, dos guardias civiles que también se pasaban, les ayudaron a cruzar las líneas.

Mi abuela nunca volvió a pisar Cataluña, ni siquiera cuando su hijo -mi padre- Juan Rovira Tarazona fue nombrado delegado del Gobierno en Cataluña, cargo que por entonces tenía categoría de ministro. Antes había sido ministro de Sanidad con la UCD y había efectuado la Reforma Sanitaria, una de las escasas leyes de la UCD que sobrevivieron a los Gobiernos de Felipe González; y la Ley de Donación de Órganos, que sigue vigente y está siendo implementada en otros países.

Mi padre conoció poco al suyo, pues cuando murió sólo tenía seis años, pero siempre lo tuvo como un ejemplo a seguir. Al igual que su padre, sacó las oposiciones de abogado del Estado y también igual que aquél y que su abuelo, le corría por las venas el gusto por la política. 

Desde su fundación fue miembro de la UCD, por cuyo partido fue diputado en las tres primeras legislaturas, incluyendo la constituyente. En 1960 se había casado con una bella cacereña, que también era hija de un abogado del Estado, llamada Felisa Murillo Bernáldez. Tuvieron cinco hijos.

Cuando en 1980, Calvo Sotelo le propuso a mi padre ser delegado del Gobierno en Cataluña, aceptó el cargo sólo por un año, pues la familia tenía su vida hecha en Madrid. Fue un año fructífero en acontecimientos: En él se produjo el cambio de president, de Tarradellas a Pujol; pero sobretodo fue el comienzo de la transmisión de competencias, pues cuando mi padre llegó a la delegación, la Generalitat no tenía ninguna.

Particularmente para mi familia el año de estancia en Barcelona fue un año muy feliz. Conocimos gente maravillosa e hicimos amigos que aún conservamos. Para mi padre, aquel fue un cargo público que profesionalmente le colmó, incluso más, que ser ministro de Sanidad. Pero lo que más me impactó de su estancia en Cataluña, fue lo del asalto al Banco Central, el 23 de mayo de 1981.

En un principio se pensó que los asaltantes eran guardias civiles, pues demandaban el excarcelamiento de Tejero y otros militares, para liberar a 200 rehenes. Estaba muy fresco lo del 23F del mismo año. 

Se instaló el puesto de mando frente al banco y allí se recibió la demanda de los supuestos guardias, consistente en que Jordi Pujol entrara a negociar. El president quedó paralizado, salvo por un ligero tic nervioso en un ojo. Pero Juan Rovira Tarazona le comentó que no debía ir, porque la competencia en orden público aún no estaba transferida. Aquel fue el único día en que Jordi no protestó por la lentitud en la transmisión de competencias.

Yo estaba en Madrid, cuando vi por la tele la entrada en mangas de camisa del director general de la Policía al Banco Central, acompañado de mi padre con americana, pues la única condición que puso para entrar, fue que no le obligaran a quitársela.



DELINCUENTES COMUNES


Posteriormente nos dimos cuenta de que podía haber sido peor, al saberse que los de dentro no eran guardias civiles, sino delincuentes comunes. Preguntado por mí en este sentido, mi padre me contestó: "Cuando uno tiene una responsabilidad política, no debe pensar en uno mismo, sino en el deber contraído con el país".

Cuento todo esto -que son recuerdos íntimos que nunca pensé hacer públicos- para decir que eran otros tiempos, en los que se entraba en política para hacer un servicio al país. Ahora las cosas han ido cambiando, sobretodo el sentido de la responsabilidad y no me imagino a nuestros actuales dirigentes entrando a negociar en un secuestro, con o sin americana.

Mi padre murió de enfermedad en 1990 a los 60 años, y ahí quedó truncada la tradición de tres generaciones de políticos llamados Juan Rovira, pues mi hermano, Juan Rovira Murillo, el más inteligente de los cinco hermanos que éramos -era el mayor- murió de leucemia a los 17 años.

En 1980, la UCD llevó a cabo una especie de ley no escrita de la memoria histórica, basada en la reconciliación. En casi todos los pueblos y ciudades de Cataluña se inauguró alguna calle llamada "Lluís Companys" -había sido fusilado por Franco- y también se le asignó el nombre de "carrer alcalde Rovira Roure", a una bonita calle de Lleida.

Ahora el hombre fuerte de la Generalitat se ha apellidado a sí mismo Rovira, aunque no sea de los nuestros -antes de cambiarse el nombre se llamaba José Luis Pérez Díez-. 

Y se vuelve a los homenajes de la memoria histórica, centrándose en Lluís Companys, pero continuando con todos los cargos de la antigua Generalitat, aunque murieran de muerte natural, sea en el exilio o en España. Pero ahora es distinto, es una memoria histórica cicatera, excluyente. No basta con que hayas muerto en el ejercicio de tus funciones siendo un alto cargo de la Generalitat. Ahora se exige, qué además, te haya fusilado el bando políticamente correcto

José Enrique Rovira Murillo

BLOGUERO : No debe de olvidarse a los poetas de Stalin como Alberti, Neruda, Aragón y otros.
He aquí al gaditano Alberti :


Redoble lento por la muerte de Stalin
(5 de marzo de 1953)

I

Por encima del mar, sobre las cordilleras,
a través de los valles, los bosques y los ríos,
por sobre los oasis y arenales desérticos,
por sobre los callados horizontes sin límites
y las deshabitadas regiones de las nieves
va pasando la voz, nos va llegando
tristemente la voz que nos lo anuncia.

(...)

José Stalin ha muerto.

II

(A dos voces)

  Padre y maestro y camarada:
quiero llorar, quiero cantar.
Que el agua clara me ilumine,
que tu alma clara me ilumine
en esta noche en que te vas.
RAFAEL ALBERTI






1 comentario:

Las ideas de JEUGENIO dijo...

Como complemento a este impresionante artículo de TELLAGORRI, paso a relatar una
información muy directa y personalizada de los desmanes y asesinatos que cometieron los rojos en Barbastro; desde niño me impresionó la narración en primera persona, de mi abuela, a la sazón madre de 4 hijos ya fallecidos todos.Como todo consuelo, un comisario de las FAI que se llevaba a un hijo al frente, le dijo: "no te preocupes compañera, que antes de caer en manos de los facistas(sic) le pego un tiro a tu hijo y despues yo me mato", sin duda, ese animal pensaba que con esa burrada odría dejar tranquila a mi pobre abuela.