jueves, 25 de junio de 2009

Iran y nuestro deshonor
























Cuando Winston Churchill tuvo que comentar sobre la política de Inglaterra y Francia ante Hitler en 1938, fue lapidario: “les dieron a elegir entre el deshonor y la guerra. Escogieron el deshonor. Tendrán guerra”. Y en verdad que la hubo. 60 millones de muertos lo atestiguan. Algo parecido se exhibe todavía en el Museo de la Guerra de Canberra, un doloroso monumento de a dónde conduce inexorablemente el apaciguamiento.
Desgraciadamente esa es una lección que los dirigentes políticos prefieren olvidar. Los ayatolas iraníes nos han dado ahora a elegir entre el deshonor y su bomba y todo apunta a que líderes como Barack Obama, seguramente el único capaz de influir decisivamente en el destino inmediato de Irán, ha optado por el deshonor: lejos de colocarse junto a los manifestantes que luchan por cambiar el régimen de la revolución islámica, se ha escudado en la prudencia de que no le malinterpreten y manipulen los teócratas dictadores de Teherán. ¡Cómo si no lo fueran a hacer diga o calle! Todo lo que se ha atrevido a decir, una semana más tarde del arranque de las protestas, es que “el mundo está mirando”. Pero a Jamenei y Ahmadinejad no parecen asustarle nuestras miradas y a falta de algo más duro (¿condena de la ONU? ¿Sanciones económicas?¿embargo de gasolina?) saben que tienen las manos libres para imponer su ley y orden.
Tal es la pusilanimidad occidental que ni siquiera Berlusconi se ha atrevido a des-invitar a Irán de la próxima reunión del G-8. Las consecuencias del deshonor ya las sabemos por Churchill: primero, represión, lo brutal que sea necesaria, de los elementos disidentes del régimen jomeinista; luego, purga de los moderados y radicalización del régimen; a continuación, aceleración del programa nuclear, pues sólo les falta la bomba para convertirse en potencia hegemónica y ponernos a todos a temblar; además del descrédito del llamado mundo libre ante cualquier opositor prodemocrático en cualquier rincón del mundo. Lo más gracioso es la justificación de la inacción y pasividad de la Casa Blanca: criticar al régimen iraní pondría en peligro una posible negociación sobre su programa nuclear. Obama, como Zapatero, dice un día una cosa (véase su discurso en El cairo sobre la democracia y la apertura del mundo musulmán), al día siguiente lo contrario y, aún peor, actuar de una tercera manera.
Lo que estamos viendo estos días es que el régimen creado por Jomeini hace treinta años es irreformable. Y sin reformas es, además, incorregible en su comportamiento interno y externo. Es una pena –y un drama- que ahora que el germen de la democracia crece con vigor en lugares como el Líbano, se consolida en Irak y se expresa con fuerza en las calles de Teherán, los dirigentes occidentales han dejado de creer en la fuerza de la libertad e ignoran que nuestra libertad depende de la libertad en el resto del mundo. Si hay que elegir entre ser neocon y el deshonor, me quedo con lo primero.
Escribe Rafael L Bardají, GEES.







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