Por: Aníbal Moreno.
Me tocó visitar Nueva York en octubre de 2001, un mes después de los ataques contra las Torres Gemelas. La encontré ensombrecida por el miedo. Los teatros estaban cerrados y el New York Times publicaba un anuncio, suscrito por los más prestigiosos y caros restaurantes de la Gran Manzana, ofreciendo almuerzos a veinte dólares por persona. Ni siquiera así seducían a los clientes. Fui a la Catedral de San Patricio y la hallé rodeada por comandos del ejército, portando ametralladoras y granadas. Corrían rumores sobre inminentes ataques con armas químicas y biológicas. El término ántrax, que esconde una amenaza mortal, se hizo común.
Si alguien hubiese entonces afirmado que en el transcurso de los siguientes siete años, EEUU no experimentaría nuevas y masivas agresiones terroristas en algunas de sus ciudades, le habrían conducido a una clínica siquiátrica. En ese clima y circunstancias se tomaron las decisiones de invadir Irak y Afganistán, que contaron con el apoyo del pueblo y el Congreso estadounidenses.
Los que ahora cuestionan tales decisiones tienen la responsabilidad de responder estas preguntas: ¿Se hallaría EEUU más seguro hoy si Saddam Hussein siguiese al frente del gobierno en Irak? ¿Se hallaría EEUU más seguro hoy si Osama Bin Laden y Al Qaeda continuasen usando Afganistán como su base principal de entrenamiento? ¿Estaría la mayoría del pueblo iraquí y del afgano en mejor situación bajo el dominio de Saddam y los Talibanes? ¿Se ha abierto para esas naciones una oportunidad de salir adelante?
La diplomacia no opera en un vacío. Se vincula a la correlación de fuerzas existente, al equilibrio del poder y a la disposición final de actuar militarmente cuando no queda otra opción. No sólo EEUU no ha experimentado nuevos ataques terroristas en su territorio desde septiembre de 2001, sino que Libia desistió de proseguir su programa nuclear, así como Corea del Norte, en tanto que Siria optó por evadir ese rumbo una vez que contempló el destino de Saddam. Todos esos logros de los que nadie habla son producto de una política de seguridad nacional exitosa, no de un milagro, y tuvieron lugar bajo el mandato del odiado Bush ¿Qué ha obtenido el famoso “poder blando” europeo ante Irán? Exactamente nada.
El tratamiento que los influyentes medios de comunicación de izquierda han dado a Bush, un Presidente que ha defendido con éxito a su país, ha sido una desgracia y una vergüenza, y revela la decadencia de las sociedades occidentales, hipnotizadas por la opulencia, el paternalismo estadal y el romanticismo político. Cuando las Torres Gemelas cayeron el mundo entero dijo estar del lado de Washington, pero eso sí, a condición de no hacer nada, de no tomar decisión alguna y permitirles a los rusos, chinos, franceses y alemanes, entre otros, proseguir con sus jugosos negocios en Irak. La interpretación actual de ese pasado, distorsionada y engañosa, no es buen augurio para el futuro.
Hoy, cuando el olvido es moneda corriente, la hipocresía el pan de cada día y las ilusiones el motor que mueve la historia, cabe recordar a Freud y su advertencia según la cual la ilusión es una creencia engendrada por el impulso a la satisfacción de un deseo, prescindiendo de su relación con la realidad.
Los medios de comunicación globalizados se han transformado en proveedores de ilusiones para masas deseosas de espectáculo y escapismo. Un ingenuo y peligroso mesianismo se apodera de la sicología colectiva de electorados que ansían, como dice la canción de ese grato músico que es Juan Luis Guerra, “ojalá que llueva café en el campo”. Lo aguardarán inútilmente.
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