PROTEGER EL CEDRO
Los romanos, en tiempos imperiales, llegaron al Líbano y dejaron maravi-
llosos vestigios de su adelantada arquitectura, como puede contemplarse a lo
largo y ancho de uno de los países más pintorescos y diferenciados, que
contrapone los verdes paisajes de sus bosques y montañas a los paisajes
desérticos de sus países limítrofes.
Así puede verse en las magníficas ruinas de Byblos o en las del poco co-
nocido Saint-Georges le Bleu y demás maravillosos parajes repletos de rique-
zas en los que no me detendré, centrándome en el tema que vertebra este tex-
to: el comportamiento de los romanos, quienes, durante el mandato del empe-
rador Adriano viendo el abuso desmedido que se hacía de la extracción del
cedro (de madera muy maleable pese a su dureza y con un enorme grado de
flotabilidad ideal para sus barcos) decidieron prohibir de manera contundente
su tala y establecer reservas en previsión del futuro —de lo que deberíamos
tomar buena nota en la actualidad como medida de conservación del medio
ambiente— para con el cedro. Se decretaron, pues, varios grandes núcleos de
reservas que, debidamente mantenidas a través de los siglos, son de una exci-
tante belleza.
Toda la conservación de la belleza natural y arquitectónica del país
constituye un verdadero milagro en una nación que ha sido y es un auténtico
campo de batalla en el cual los libaneses son víctimas propicias sea cual sea
su religión (islámica, maronita, cristiana...) y que ha desembocado en gran-
des magnicidios y en un desgobierno total.
Las facciones étnicas o religiosas enfrentadas no encuentran el punto en
común, lo que ha sumido al país en, permítanme el símil, una falta de pro-
tección del cedro y, sobretodo, de sus habitantes, que permanecen desde
hace meses sin presidente y, por tanto, con una Administración endeble y
enfrentada; lo que alimenta las especulaciones de un país sin norte que na-
vega al pairo de los vientos mediterráneos, con velas desplegadas por la
gran voluntad y dureza de sus habitantes de raíces marineras fenicias, bruñi-
dos por su Sol, hechos de la madera de sus cedros y de la belleza de sus
campos y bañados en las olas de su propia dignidad y cuya flotabilidad ante
los oleajes del mundo es evidente y, por ello, su futuro está garantizado
puesto que sus profundas heridas sanan con una rapidez que para nosotros
quisiéramos.
Hago una llamada a nuestras conciencias hispanas: dignifiquemos nuestra
riqueza cultural y lingüística cuya cima es una lengua común que sólo hablan
cuatrocientos millones de habitantes de este mundo en que convivimos para
nuestra satisfacción o pesar: el castellano o español. Y dentro de nuestra riqueza
cultural no podemos olvidar nuestras recias reservas arbóreas:
NO DEJEMOS QUE LO QUE PROTEGIERON LOS ROMANOS LO ESTROPEEN
LOS ACTUALES POBLADORES DE LA TIERRA
.
Hablo para los maravillosos seres humanos que, escriban de derecha a
izquierda o de izquierda a derecha, poseen un planeta en común y un cora-
zón en el único sitio en que cabe.
JOSÉ MANUEL DELGADO DE LUQUE
En la lejanía
1.ª edición. 2006
80 pp. PVP: 7,80 €
Con En la lejanía, el autor,
quien fue director del Instituto
Cervantes de Beirut, nos ofrece
un viaje intimista en el que nos
transmite su amor por la vida y
su incomprensión sobre el con-
flicto que sacude hoy en día a su
país de acogida, el Líbano.
Imprescindible
Un texto
Un poema y una imagen
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